miércoles, 11 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 54

 –¿Quieres saber cómo se llamaba mi primer amor?


–No. Quiero saber cómo se llamaba el chico que te dió tu primer beso.


–Oh, no… ¿En serio?


–Completamente. Además, te recuerdo que este juego es tuyo.


–Eso no es verdad. Lo has empezado tú con lo de las tres cosas que desconocemos el uno del otro –le recordó–. Pero si te empeñas… Sin embargo, debo advertirte que la historia es algo extraña.


–En ese caso, quiero todos los detalles.


–Está bien. Fue en una fiesta de Navidad del colegio. Estaba enamorada de un chico que se llamaba Diego Michaels, pero era un año mayor que yo y no me hacía el menor caso.


–Me resulta difícil de creer.


–Pues créelo. Y en un intento desesperado por llamar su atención y demostrarle que yo era una chica atrevida, permití que Sergio Carpenter me besara bajo una ramita de muérdago, de plástico, que llevaba encima.


–¿De plástico?


–Es que era una fiesta del colegio, como ya te he dicho. No dejaban que pusiéramos muérdago de verdad.


–Y sospecho que el asunto terminó mal…


–Fue espantoso. Un choque de dientes y de narices. Le empujé con más fuerza de la necesaria y él cayó al suelo entre las risas de los presentes. Yo salí corriendo tan deprisa como pude. Desde entonces,el pobre Sergio me rehuyó.


–¿Y Diego?


–Llegó a la pubertad, le salió acné y perdió todo interés para mí.


–¿La pubertad? ¿Cuántos años tenías entonces?


–Diez –admitió–. Creo que el problema que tuve con Sergio fue porque los dos llevábamos correctores dentales.


–Ah, qué pena que nadie les sacara una foto… Habría estado bien que la subieran a Internet –dijo en tono de broma.


–¡No, por Dios! Mis alumnos se reirían de lo lindo a mi costa.


En ese momento, el taxi se detuvo. Pedro pagó y los dos salieron a la calle.


–¿Adónde me llevas?


–Al único lugar de Roma que todos los visitantes deberían ver.


Él la tomó de la mano y de repente, al dar la vuelta a una esquina, Paula se encontró ante la Fontana di Trevi, perfectamente iluminada. Había montones de personas por todas partes, haciendo fotografías y echando monedas al agua.


–Me di cuenta de que entre tus fotografías de Roma no había ninguna de la Fontana di Trevi y llegué a la conclusión de que todavía no estabas preparada para comprometerte con esta ciudad –declaró él–. Supuse que tu corazón seguía en Inglaterra. Con Tomás.


Ella tragó saliva. Le desconcertaba que Pedro adivinara sus sentimientos con tanta facilidad. Pero tenía razón. Había evitado los monumentos más famosos de Roma porque, hasta entonces, Roma sólo había sido el lugar de su exilio. A pesar de lo mucho que le gustaba, era un sitio para marcharse de él, no para quedarse. 

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