miércoles, 4 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 44

Sin embargo, Pedro sólo intentaba ser amable con ella. Y en cuanto a la compra, no era para tanto. A fin de cuentas, podía congelar la carne, llevarse los pasteles al trabajo para desayunar con sus compañeros y guardar el resto de las cosas en el frigorífico. Por fin, abrió la caja. No se llevó ninguna sorpresa al descubrir que contenía dos botellas de vino tinto, de Alfonso. Lo había notado por el peso. Pero eso no fue lo que la emocionó. Fue el racimo de uvas que estaba sobre las botellas, envuelto en el mismo papel de color crema de la caja. Paula pasó un dedo por el racimo, arrancó una uva, se la llevó a la boca y la mordió mientras recordaba el sabor de los dedos de Pedro. Se perdió en la dulzura del deseo por un hombre al que apenas conocía. Se sintió como si estuviera en otro momento y en otro lugar, donde no había ni miedos ni preocupaciones que importaran. Y sólo entonces, comprendió lo que podría haber pasado si hubieran cenado a solas en la intimidad de su piso. Pedro tenía razón. Salir a cenar era la opción más segura. Guardó la compra y dejó las botellas de vino en la encimera. Se sentía como Eva delante del árbol de la vida, cruzando los dedos para que Adán no se diera cuenta de que había arrancado una manzana. Entonces, su móvil sonó. No era Pedro, sino el director del Instituto Maybridge.


–¿Dígame? 


–Hola, Paula, soy Gerardo Morgan. ¿Qué tal te va? ¿Te gusta tu nuevo empleo?


–Sí, gracias.


–Excelente, excelente… Sólo quería charlar un poco contigo. He pensado que me excedí al pedirte que escribieras un blog para el instituto cuando es evidente que tendrás muchas cosas interesantes que hacer.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta. Estaba segura de que nadie leería su blog, pero al parecer, se había equivocado. Conocía lo suficiente a Gerardo como para saber que había leído su entrada de la noche anterior y que no le había hecho ninguna gracia.


–He retirado el enlace de tu blog de la página del instituto – añadió él.


Ella mantuvo el aplomo.


–Haz lo que te parezca, Gerardo –dijo con frialdad–. ¿Querías algo más?


–No, nada más.


–Entonces, te dejo. Me están esperando.


Paula cortó la comunicación, se comió otra uva y se metió en la ducha. Después, se puso un poco de maquillaje y se empezó a vestir. Como no quería nada excesivo, nada que demostrara demasiado interés por Pedro, eligió unos pantalones negros, un top de seda de color claro y unos zapatos sencillos que iban bien con cualquier cosa. A continuación, se recogió el pelo con un broche que había pertenecido a su abuela y, por fin, se miró al espejo. Segundos después, llamaron a la puerta. Salió del cuarto de baño, respiró hondo y abrió. Pedro estaba apoyado en la pared contraria del corredor exterior, como si intentara poner la máxima distancia posible entre ellos. 

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