lunes, 2 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 39

Paula subió el texto al blog y pensó que lo borraría enseguida, porque siempre cabía la posibilidad de que alguien, además de la neurótica de Micaela, lo leyera. Le habría gustado que borrar el recuerdo de Pedro fuera tan fácil como eso. Pero borrar el recuerdo de un beso y de una tarde de verano no era tan sencillo como echar mano del ratón y hacer clic. Estaba sentada junto al balcón de su piso de Roma, contemplando la ciudad, saboreando el momento. Y justo entonces, su teléfono móvil vibró y vió que había recibido un mensaje. Era de Pedro y decía: "Acabo de ver tu nota. ¿Cenamos mañana?" Ella se llevó una gran alegría. Cuando recibió su regalo y las palabras que lo acompañaban, pensó que era una forma encantadora de rechazar la invitación que le había formulado en la nota; pero si acababa de verla, era evidente que el tiesto no era una respuesta. Sólo podía significar que Pedro Alfonso estaba verdaderamente interesado en ella. Sin embargo, se sintió dividida entre la alegría y el enfado por el pequeño detalle que Pedro había omitido en Isola del Alfonso. No le había dicho que era conde. Y no se lo había callado porque no usara el título nobiliario. Como tuvo ocasión de comprobar cuando lo investigó por Internet, la Red estaba llena de fotografías del conde en compañía de actrices, modelos y mujeres de títulos tan importantes como el suyo o aún más en todo tipo de actos sociales, desde fiestas a inauguraciones oficiales. Y en todas ellas, Pedro estaba impresionante. Sin pararse a pensar, escribió un mensaje y se lo envío: "Genial. ¿Quieres que me ponga mis diamantes y mis perlas?" Un segundo después, lamentó haberlo enviado. Pensó que, por lo visto, había dejado de ser una remilgada y se había convertido en una idiota. Pero la respuesta de Pedro, bastante sarcástica, la tranquilizó un poco: "Eso depende. ¿Sueles llevar joyas en la cocina?" El teléfono sonó antes de que pudiera encontrar una réplica a la altura. Se asustó tanto que lo soltó. Incluso consideró la posibilidad de dejar que saltara el contestador. Pero pensó que habría sido una actitud infantil. Al fin y al cabo, había sido ella quien le envió una nota invitándolo a cenar y quien añadió un post scríptum descaradamente coqueto.


–¿Dígame?


–¿Estás enfadada conmigo, Paula?


Era Pedro.


–No –mintió.


–Di la verdad. No seas siempre tan positiva –se burló él–. Tienes que aprender a gruñir, morder, clavar las uñas…


–Eres un idiota –dijo ella entre risas–. Por supuesto que estoy enfadada. Deberías habérmelo dicho.


–¿Debería? ¿Tan importante es?


–¿El título? ¿O el hecho de que no me lo dijeras?


–Las dos cosas.


–Tu título de opereta me importa un pimiento, Pedro. Pero si lo hubiera sabido, no habría quedado como una tonta ante la amiga que me llamó por teléfono para informarme de que había estado comiendo con el conde Pedro Alfonso. De haberlo sabido, jamás le habría comentado que había estado contigo.


–¿Habrías preferido que fuera un secreto? 

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