lunes, 9 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 50

 –Oh, hace muchos años. Le falta poco para cumplir noventa años, pero sigue activo. Juega al ajedrez por Internet, se marcha de crucero de vez en cuando y, por supuesto, disfruta tomándole el pelo a mi madre… Le dice que está buscando una viuda alegre con la que tener una aventura –respondió, sonriendo.


–¿Cuántos años son «Muchos años», Paula?


–Muchos –repitió–. Estuvo allí en 1944.


Él arqueó una ceja. Automáticamente, pensó que estaría en el Ejército aliado y que habría participado en el desfile de la victoria por las calles de Isola del Alfonso.


–Entonces, era soldado…


–Sí, pero no de infantería. Era piloto. Volaba en misiones de reconocimiento, haciendo fotografías aéreas –le explicó–. Un día, el motor del avión falló y él tuvo que lanzarse en paracaídas. Una joven de la zona lo encontró prácticamente congelado y muerto de hambre. Lo escondió, cuidó de él y lo mantuvo a salvo durante varios meses, hasta que los aliados liberaron el pueblo.


–¿Durante varios meses? Vaya –dijo Pedro con asombro sincero–. Nunca había oído esa historia.


–Yo, en cambio, crecí con ella.


–¿Dónde lo escondió?


–En tu casa. Bueno, más bien, en lo que quedaba de tu casa.


–Debió de ser una estancia de lo más desalentadora…


–¿Qué podía hacer? No tenía alternativa. Además, pocas personas se habrían arriesgado a esconder a un piloto aliado.


–No creas. Muchos de los habitantes de Isola del Alfonso eran antifascistas. Luchaban contra el mismo enemigo.


–No lo dudo. Pero la mayoría se habría lavado las manos o lo habrían traicionado… Supongo que cuando tienes un hijo, un marido oualquier cosa por conseguir su libertad –observó ella.


Pedro asintió.


–Sí, tienes razón; no lo había pensado –confesó–. Pero esa mujer lo arriesgó todo por tu bisabuelo. Debía de tener un corazón tan grande como una casa.


–Un corazón tan grande como su belleza. Alberto tiene una fotografía suya. Una fotografía en la que aparece sentada en la misma tapia y en el mismo lugar donde tú me encontraste aquella mañana.


Pedro lo supo al instante.


–Dios mío. Estás hablando de Lucía…


Ella asintió.


–Sí. Cuando me besaste, me sentí tan extrañamente cerca de ella… Me sentí como si, durante un momento, fuera ella misma. Como si me estuviera despidiendo de Alberto, a sabiendas de que no volveríamos a vernos.


–Así que estabas pensando en Lucía. O más exactamente, en Alberto y en Lucía –afirmó.


–En efecto. Pero Alberto no quería que fuera a Isola del Alfonso. Dice que el pasado es el pasado y que hay que dejarlo en paz. Puede que esté en lo cierto.


–No, no lo está. Hay que recordar. Siempre.


–Oh, él lo recuerda todo. Guardó la fotografía de Lucía durante décadas, en el fondo de una caja. Sólo me la enseñó a mí cuando le dije que me iba a Roma.


–Eran amantes…


–Sí, lo eran. 


–Amore vietato. El amor prohibido es, con frecuencia, el más dulce de todos. Pero, ¿Le dirás lo que has descubierto?


Paula sacudió la cabeza. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario