viernes, 13 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 59

 Italiano para principiantes.


"Esta noche, por fin, he estado en la Fontana di Trevi. Incluso lancé una moneda para estar segura de que volveré a Roma. La moneda me la dió Pedro, pero no quiso que la lanzara hasta saber si realmente querría volver. Fue un momento muy especial. El momento de dejar de pensar en el pasado y empezar a pensar en el futuro. Pero ahora mismo, sólo estoy segura de una cosa: de que el viaje lo es todo. De que tengo que tomármelo con calma y disfrutar del paisaje y de todas las paradas que haga en el camino".


Paula miró la pantalla del ordenador portátil y leyó lo que acababa de escribir. Se suponía que escribía el blog para sus antiguos alumnos, pero su objetivo había cambiado y ya no escribía para ellos, sino para sí misma. Estaba sentada junto al balcón, a punto de acostarse. Se había duchado, se había lavado los dientes y se había puesto una camiseta enorme, a modo de camisón, que no era precisamente sexy. Incluso pensó que debía comprarse algo más atractivo, quizás algo de encaje para seducir a Pedro; pero al recordar el beso que se habían dado en la cocina, se dijo que no necesitaba parecer Marilyn Monroe para seducir al hombre que le gustaba. Miró las rosas, que había puesto en otro florero tras recoger los restos del jarrón roto y fregar el suelo de la cocina, y sonrió. La noche había sido maravillosa. Por una parte, tenía miedo de exigir demasiado a un hombre que había sufrido una decepción amorosa reciente; por otra, pensaba que le estaba dando exactamente lo que necesitaba. Si conseguía que se sintiera bien con él mismo, si le daba recuerdos que le arrancaran una sonrisa en los años venideros, los dos saldrían ganando.  Se levantó, cerró las contraventanas del balcón y se tumbó en la cama. No tenía intención de dormir. Sólo quería volver a recordar cada segundo de la noche. Entonces, sonó el teléfono. Era él.


–Pedro… ¿Qué ocurre?


–Nada. He dicho que te llamaría y te estoy llamando. ¿Todavía no te has acostado?


–Sí, pero no podía dormir. Estaba pensando.


–¿Y en qué pensabas?


–En que no has llegado a decirme tres cosas que desconozca de tí.


–Ah, pues te puedo decir una de la que podrás disfrutar dentro de poco, si quieres. Tengo un palco privado en el Palacio de la Ópera. Son privilegios de mi título nobiliario de opereta –ironizó.


Paula se preguntó qué estaba haciendo con un hombre como Pedro Alfonso. Con un conde que tenía palco propio en la Ópera y que era hijo de un piloto de Fórmula 1 y primo de una estrella de cine.


–No dices nada… ¿Es que no te gusta la ópera?


–No he estado nunca.


–Pero no tienes nada en contra, ¿Verdad?


–No –respondió en voz baja.


–Y supongo que tampoco tienes nada en contra de Tosca…


–¿Tosca? ¿Es ésa en la que la protagonista muere?


–En todas las óperas muere alguien, carissima… De hecho, en Tosca muere todo el mundo. ¿Crees que lo podrás soportar? Si quieres, puedo llevar un pañuelo extra para enjugar tus lágrimas.


Como Paula no contestó, Pedro se empezó a preocupar. 

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