miércoles, 15 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 19

— Un buen talismán para ahuyentar a las malas relaciones, no? ¿Una buena manera de mantener a los imbéciles apartados de tí para que no te llenen las venas de grasa saturada?

—¿Qué quieres que te prepare? —preguntó ella, ignorando su pregunta.

—Huevos con jamón, salchichas y beicon, panecillos, café y zumo de naranja.

—Muy bien, todo muy sano.

—¿Lo dices por el jamón, las salchichas y el beicon?

—No, por el zumo —contestó Paula, perdiéndose en la cocina.

Pedro se levantó del sofá y, con ayuda de las muletas, la siguió.

 —¿Qué pasa? —preguntó apoyándose en la puerta.

—A mí no me pasa nada —contestó Paula.

—Te has retirado sin luchar —contestó —.¿Acaso me vas a llenar de colesterol para que se me endurezcan las arterias?

—Si eso es lo que tú quieres.

 —Lo es, pero...

Paula se quedó esperando la explicación.

—¿Por qué sonríes? —se indignó él.

 —Porque eres como un adolescente, rogando para que se te pongan límites mientras gritas a diestro y siniestro que no los necesitas.

 A Pedro no le gustó nada la comparación. No le hacía ninguna gracia que ella lo comparara con un adolescente. Si no hubiera llevado muletas, le habría enseñado la diferencia entre un adolescente y un hombre.

—¿Por qué me preparas ese desayuno tan grasiento? ¿Y por qué has comprado todos esos productos tan malos para el corazón? —atacó.

—Porque me imaginé que eras de los que les gustan los productos malos para el corazón —contestó—. Además, ahora tu cuerpo necesita combustible y proteína para curarse. Después, ya tendrás tiempo de preocuparte por el colesterol. Si quieres, claro...

—¿Por qué dices eso?

—Porque no creo que un tipo que se monta en una moto sin casco se vaya a preocupar mucho del colesterol —le espetó Paula.

—Esta es la Paula que a mí me gusta —sonrió.

Paula se apresuró a girarse hacia la cocina para freír el beicon y las salchichas. ¿Estaba intentando asustarla de nuevo? ¿Por qué le decía que le gustaba?

—No hace falta que me adules, ya te estoy preparando el desayuno —intentó bromear—. Forma parte de mi trabajo.

«Así que solamente soy un trabajo», pensó Pedro. Mejor así. Su conciencia ya estaba suficientemente llena sin necesidad de añadir a Paula a la lista. No había necesidad de complicar todavía más la ya de por sí complicada vida amorosa de aquella enfermera.

—Te has puesto muy serio —le dijo—. Hablemos de otra cosa.

 A Pedro le pareció bien.

—¿De qué?

—De por qué no tienes fotografías de tu familia.

—Claro que tengo fotografías de mi familia.

—No las tienes puestas.

—No me gustan las casas llenas de fotografías.

—Muy bien, pues habíame de tu familia. ¿Cómo se llama tu hermano? ¿Tus padres están jubilados? ¿Naciste en Arizona? ¿Celebras con ellos el día de Acción de Gracias?

—Tiempo —exclamó Pedro, formando una «t» con las manos.

No, ya no celebraba nada. No desde que había muerto Marcos. ¿Cómo era posible que aquella mujer le preguntara cosas tan dolorosas?

—¿Qué pasa? —preguntó Paula con inocencia.

—Por si lo has olvidado, ayer me dijiste que no me ibas a volver a hacer preguntas personales.

—Por si no te acuerdas, te dije que, si no querías que hiciera algo, me lo tenías que decir —contestó ella sirviendo el desayuno.

—Muy bien. ¿Te importaría dejar de hacerme preguntas personales?

—No.

 —Eres una enfermera cotilla.

—¿Cómo?

—Lo que has oído.

—Ya te dije que me gustaba conocer a mis pacientes.

—¿Para qué?

 —A veces, ayuda a curarse.

— A mí no me va a ayudar, te lo aseguro, así que basta ya de hacerme el tercer grado.

—Si quieres que pare, vas a tener que darme algo a cambio.

—¿Eh?

—Un detalle personal sobre tí, algo que aplaque mi curiosidad natural para que te deje de hacer preguntas.

—¿Me lo prometes?

—Si, pero tiene que ser un buen detalle.

—Muy bien, soy ingeniero.

—Eso ya lo sé, lo ponía en tu historial médico.

—Tenía una empresa y la vendí.

—Eso no es personal.

—No sé, ¿Qué quieres saber?

—Algo jugoso, como, por ejemplo, si estás casado.

—No, estoy divorciado desde hace tres años. La empresa de la que te acabo de hablar me fue muy bien y me convertí en un adicto al trabajo. No pasaba por casa nunca, estaba todo el día viajando, mi mujer se sentía muy sola, se hartó de mí y se divorció.

—Lo siento.

—Ya te he dicho muchas veces que no quiero que me tengas lástima. ¿Te parece suficientemente jugoso?

 —Lo que me parece es que una relación no se rompe si dos no quieren.

—Como se nota que no me conoces.

—Estoy intentándolo.

Pedro la miró a los ojos y le dió la impresión de que Paula sabía toda la verdad, pero eso era imposible.

—Bueno, yo ya te he contado algo de mí, así que ahora te toca a tí contarme un secreto tuyo.

Paula se quedó mirándolo con la boca abierta y, sin poder evitarlo, notó como la sartén le resbalaba de las manos y caía al suelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario