miércoles, 22 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 41

Paula  lo miró medio enfadada. Pedro la había colocado entre la espada y la pared. No podía decir que no si no quería darle un disgusto a su hija. Así que se dijo que por una vez no iba a pasar nada, pero que no debía olvidar que lo primero en su vida, por encima de su propia felicidad, era Sofía y que no debía dejar que la niña, que obviamente se moría por tener un padre, se hiciera ilusiones con Pedro.

—Digo que muchas gracias —accedió.


El domingo por la mañana. Pedro fue a hacer la compra y volvió a casa silbando muy contento. Hacía mucho tiempo que no silbaba. Lo cierto era que hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz. Le apetecía mucho pasar el día con Paula y Sofía y , por si acaso a la pequeña le apetecía algo, se había acercado al supermercado. Desde la muerte de Marcos, ni siquiera se había atrevido a volver a mirar los productos que a su hijo le gustaban, pero aquella mañana, aunque le había dolido sobremanera, había echado en el carrito sus galletas, sus zumos y sus sandwiches preferidos por si Sofía tenía los mismos gustos que él. La verdad era que le apetecía mucho ver a la pequeña. Y a su madre. Aunque era obvio que Paula no confiaba en los hombres después de lo que le había hecho el padre de su hija. Estaba decidido a demostrarle que no todos los hombres eran iguales. Tenía que demostrarle que podía confiar en él, pero no iba a ser fácil porque se moría por estrecharla entre sus brazos y besarla hasta dejarla inconsciente. Estaba terminando de colocar la compra en la cocina cuando oyó que llamaban al timbre. Al abrir la puerta, se sorprendió al ver que era Juana.

—Hola —la saludó.

—Hola —contestó su suegra—. He venido a ver qué tal estabas. La última vez que me pasé por aquí, si mal no recuerdo, no estabas de muy buen humor.

Pedro recordaba perfectamente aquel día, pero le costaba creer que hubiera sido hacía sólo un par de semanas.

—Pasa.

—Gracias —contestó Juana  pasando al salón y sentándose en el sofá—. Veo que estás mejor.

 —El otro día me comporté como un idiota —admitió Pedro sentándose a su lado—. Estuve muy desagradable.

—Ni que lo digas.

—¿Quieres beber algo?

—No, lo que quiero es que me digas a qué se debe este cambio.

Pedro no pudo evitar sonreír.

—A una mujer.

 Juana enarcó una ceja.

—Se llama Paula Chaves—le explicó Pedro —. Es enfermera y la conocí en urgencias la noche que me ingresaron.

Pedro tuvo la extraña impresión de que su suegra reaccionaba al oír aquel nombre, pero se dijo que debían de haber sido imaginaciones suyas.

—Pues no sé qué te habrá dado, hijo, pero te ha sentado de maravilla.

¿Qué le había dado Paula? No le había dejado parar, le había hablado con franqueza y le había mostrado altas dosis de comprensión. La combinación había resultado irresistible y lo cierto era que se encontraba mucho mejor, pero todavía había ciertas cosas, cosas de las que nunca había hablado con Juana, que lo seguían preocupando. Por ejemplo, qué había ocurrido después del accidente.

—Juani, he estado pensando en... Marcos.

Juana lo miró sorprendida.

—Cuando murió... bueno, me dijiste que querías ponerte en contacto con todas las personas que recibieron sus órganos,¿No?

 Juana asintió.

—¿Lo hiciste?

—Sí, me puse en contacto con las personas que recibieron los órganos de Marcos y de Diana, de los dos.

 —¿Tú no tienes a veces la sensación de que tu hija está por ahí en trozos?

—No, yo recuerdo a mi hija como una mujer maravillosa y llena de vida. Gracias a ella, el hombre que recibió su corazón disfruta de su vida junto a su mujer y sus cinco hijos, el hombre que recibió sus ojos va a ver a su primer nieto, la joven que lleva sus ríñones está criando sana y fuerte a su primer hijo. Cuando pienso en mi hija, pienso en ellos.

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