viernes, 3 de febrero de 2017

Destinados: Capítulo 58

—En las oficinas, en el despacho de Marcela.

—¿Qué están haciendo ahí? —preguntó Pedro con el corazón encogido.

—Habíamos salido de la piscina y Nico se estaba dando un baño en la bañera cuando todo empezó a moverse. No duró mucho y no se rompió nada, pero hizo que el agua se saliera. Entonces, me dí cuenta de que acabábamos de vivir nuestro primer terremoto —explicó —. Nico me miró pidiéndome una explicación. Cuando se lo dije, salió de la bañera, decidido a encontrarte y asegurarse de que estuvieras bien. Nos vestimos y corrimos a tu despacho. No estaba asustado hasta que se enteró de que estabas en otra parte y pensó que podrías estar herido. Te quiere tanto, Pedro…

A él se le saltaron las lágrimas. Tragó saliva antes de hablar.

—Dile que se ponga, por favor.

—Lo haría, pero Cecilia lo ha visto tan disgustado que se lo ha llevado para invitarlo a un refresco y distraerlo un poco. Volverán enseguida.

—Llegaré dentro de cinco minutos —repuso,  y se secó los ojos.

—Sims acaba de venir y ha informado a Marcela de que estás a punto de llegar en el helicóptero. Por favor, no tardes.

—Cuenta con ello —aseguró él antes de colgar.

Paula le había parecido ansiosa por verlo. O, quizá, habían sido imaginaciones suyas, se dijo. Sus sentimientos estaban demasiado alterados como para pensar con claridad. Después de aterrizar, se despidió de los agentes federales y se apresuró a ir a las oficinas. Thompson apareció detrás de una esquina y lo llamó.

—Jefe, acaban de informarnos de que el terremoto ha hecho caer una roca en North Dome, en el lado del Cañón Tenaya. Lo he comprobado y no hay ningún excursionista registrado en esa zona.

Pero eso no significaba que no hubiera nadie allí, pensó.

—Envía un par de equipos pronto. Autorizaré una búsqueda aérea antes de que oscurezca.

Sintió que su regreso de Porcupine Creek estaba siendo como maniobrar por un campo de minas. Sin embargo, todos sus pensamientos se desvanecieron cuando vió a Nico al otro lado del pasillo. El niño estaba en la puerta, esperándolo.

—¡Eh, campeón!

—¡Pepe! —gritó el niño.

Entonces, el pequeño salió corriendo hacia él, como un rayo, sin apenas tocar el suelo. Al sentir sus brazos rodeándolo, Pedro supo que no podría quererlo más aunque fuera de su propia carne.

—¿Has notado el terremoto?

—No, estaba en un helicóptero —respondió Pedro. Tras unos instantes, volvió a dejar al niño en el suelo—. Paula me ha contado que la bañera se llenó de olas.

—Deberías haberlas visto. ¡Eran enormes!

—Es verdad —señaló Paula.

Pedro levantó la cabeza y se encontró con sus hermosos ojos verdes. Ella llevaba una blusa rosada y pantalones cortos. Su aspecto era demasiado apetitoso, pensó él.

—Nos alegramos de que estés aquí —declaró ella con voz ronca.

—Lo mismo digo, de veras —repuso Pedro. Estaba a punto de sujetarla entre sus brazos, delante de todos, y no soltarla nunca—. Quedense con Marcela mientras termino unas cosillas, luego seré todo vuestro.

Tras darle a Nico un apretón cariñoso en el hombro,  se metió en su despacho para telefonear al equipo de rescate aéreo.

—Tenemos que subir a North Dome. ¿Está disponible el aparato más grande?

 —Sí, señor.

—Llevemos ése, por si acaso hay heridos. Nos encontraremos en el helipuerto dentro de diez minutos.

Después de hacer otra llamada a Leonardo, quien quedaba a cargo de todo a partir de ese momento,  se dirigió al despacho de Marcela. Paula lo miró.

—¿Ya estás listo?

—Sí. Vamos.

—¡Genial! —exclamó Nico y corrió al pasillo.

 Paula lo siguió.

—Saldremos por la puerta de atrás.

Pedro los acompañó a su coche, que estaba aparcado en la parte trasera del edificio. Les abrió las puertas y, cuando se hubieron sentado, se puso detrás del volante.

—¿Vamos a ir a tu casa ahora? —preguntó Nico con ansiedad.

—Claro que sí —afirmó Pedro.

Sólo tardaron un minuto en llegar. Pedro apretó el mando del garaje y entraron. De prisa, se bajó y los guió hasta la cocina.

—Ahora que están aquí, quiero que se sientan  como en casa.

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