domingo, 5 de febrero de 2017

Destinados: Capítulo 65

Por suerte, podía culpar al sol de sus mejillas sonrojadas, se dijo Paula. Ruborizada y excitada, se dirigió hacia el arroyo. Nico corrió para alcanzarla.

—¿Te gusta que te bese?

Paula rió.

—Me encanta, igual que me encanta cuando tú quieres darme un beso.

Pedro los alcanzó, le guiñó un ojo  y se adelantó con Nico. Ella los siguió de cerca, observando cómo interactuaban. Tuvo que reconocer que no había nada tan perfecto como dos guapos varones discutiendo las bondades de la trucha arco iris sobre las de la trucha morena. Adentrándose en el bosque, Pedro señaló varias rocas redondas, estupendas para sentarse en ellas y tener el mejor ángulo para pescar.

—¡Eh! —llamó Nico—. ¿Dónde están nuestras cosas de pescar?

Su pregunta sacó a Paula de sus pensamientos y miró alrededor. Ciertamente, las cañas, junto con una bolsa con comida y refrescos, habían desaparecido de la vista.

—Parece que tenemos compañía indeseada —señaló Pedro y sacó su móvil.

Un escalofrío recorrió a Paula cuando pensó que alguien los había estado espiando, esperando al momento perfecto para robarles sus cosas. Su mirada se cruzó con la de Pedro y tuvo la intuición de que él sospechaba de alguien.  Éste se apartó un poco para llamar al equipo de seguridad del parque. Nico se quedó pegado a su tía con gesto de preocupación. Había tenido tantas ganas de ir a pescar… Una de las cañas había sido regalo del abuelo de Pedro. No era justo. Y menos en un día tan glorioso.

Enseguida, Pedro se metió el móvil en el bolsillo y se acercó a ellos.

—Te diré qué vamos a hacer, Nico. Tengo más cañas en casa. Mañana, iremos a pescar en el valle Hetch Hetchy, donde solía llevarme el jefe Sam, y pescaremos unas truchas gigantes.

—¿Tenemos que irnos a casa ahora? —preguntó el niño, haciendo un puchero.

—Eso me temo. Ha sucedido algo en el parque de lo que tengo que encargarme en persona. Pero, cuando descansen un poco en el hotel, podremos hacer lo que tú quieras.

—¿Podemos volver a tu casa para cenar?

—Claro que sí —repuso, y miró a Paula, buscando su aprobación.

 Ella asintió mientras el pulso se le aceleraba. Nico le dió la mano a Pedro y se encaminaron hacia la parte inferior de la pradera.

—Quien nos haya robado las cosas, es muy malo. Se han llevado tus moscas.

—Sí, pero no se lo van a quedar, porque yo quiero que me devuelvan mi regalo —prometió Pedro.

 Una vez más, Paula tuvo la sensación de que él sabía más de lo que decía.

—¡Cuando los atrapes, deberías encerrarlos!

—Claro que sí. Luego, un juez federal los condenará.

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