lunes, 20 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 37

—¿Preservativos?

—Sí —contestó Paula—. ¿Estarán bien después de tanto tiempo? ¿Los preservativos tienen fecha de caducidad?

Aquello hizo reír a Juana.

—¡Cualquiera diría que eres enfermera! ¿Se rompió?

—No lo sé —contestó Paula sonrojándose de nuevo—. Salí de allí como alma que lleva al diablo.

—Y no quieres volver —suspiró Juana—. Obviamente, porque te sientes atraída por él. Tú no eres delas que se acuestan con cualquiera.

—Según Pedro, soy de las que les gustan los arcoiris y las cenas a la luz de las velas —sonrió Paula.

—Efectivamente. Eres una romántica en busca de amor. Esto es genial.

Paula no lo creía así en absoluto.

—Pau, por fin se ha abierto. Sin tí, no sé si va a encontrar la fuerza suficiente para terminar el proceso que tú le has hecho empezar.

—¿No comprendes que yo no quiero ser esa fuerza? Yo tengo que pensar en mi hija.

—¿Y no crees que podrías...?

—No y tú lo sabes mejor que nadie. Yo quiero que mi hija tenga una familia. Aunque Pedro pudiera asumir que mi hija ve gracias a que su hijo ha muerto, no está dispuesto a volver a amar de nuevo.

—¿Eso te lo ha dicho él?

—No, pero no...

—Estás dando por hecho cosas que no sabes y sólo se me ocurre una razón por la que lo estás haciendo.

 —¿Cuál?

—Que a tí también te da miedo volver a amar.

— ¿Ya has estado yendo a esas clases otra vez?

—Eso mismo me dice Pepe siempre que le digo algo que no quiere oír.

—No es lo mismo.

—Me encantaría seguir hablando contigo, pero tengo que volver a la UCI — anunció Juana mirando la hora que era.

—Perdona por entretenerte —se disculpó Paula.

—Pau, no lo abandones. Todavía le tienes que decir que tu hija recuperó la vista.

Paula se quedó mirando a su amiga mientras Juana salía de la cafetería y se dijo que no tenía nada más que decirle a Pedro porque él no había aprobado las donaciones. Menos mal que no le había contado nada. Lo echaba terriblemente de menos y eso demostraba que había empezado a enamorarse de él. Menos mal que había salido de su casa y de su vida a tiempo.


Pedro llamó a la puerta de casa de Paula. Había sido muy fácil encontrarla pues sabía que estaba en el listín telefónico y no había muchas personas apellidadas Chaves. Mientras esperaba, oyó unos piececitos que corrían hacia la puerta.

—¿Quién es? —le preguntó una niña pequeña.

—Soy Pedro.

—¿El paciente de mi madre de la pierna mala?

Pedro se había quitado la férula protectora y había dejado las muletas en casa, así que nadie hubiera dicho que tenía mal la pierna, lo que suponía que le iba a costar una buena reprimenda por parte de su enfermera.

—Sí, exactamente —contestó—. Nos conocemos de haber hablado por teléfono, ¿Te acuerdas? Me contaste lo del día del pijama.

 —Sí —dijo la niña abriendo la puerta.

Pedro se quedó mirándola atónito. Era una copia en miniatura de Paula, un angelito. Sin embargo, no pudo evitar sentir un gran dolor en el pecho. Ver a un niño pequeño le producía aquel dolor.

2 comentarios: