domingo, 26 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 53

Pedro le apartó la silla y la agarró de la mano para conducirla a la pista de baile. Una vez allí, le pasó un brazo por la cintura, se acercó a ella, le tomó la otra mano y se la llevó al corazón. Estar tan cerca de él era maravilloso. Aquel  hombre era el único, el mejor, el hombre que la hacía sentir. ¿Por qué tenía que ser el padre de Marcos? Había tenido varias ocasiones para contarle lo del transplante, pero no había sido capaz de hacerlo porque estaba segura de que, en cuanto se lo dijera, él se iría. Estaba convencida de que lo que Simón le había dicho era cierto, no estaba intentando sustituir a su familia con Sofía y con ella. No, lo que estaba haciendo era todavía más peligroso, estaba consiguiendo que ambas se enamoraran de él. ¿Cómo se resistía una a un hombre que amaba tan profundamente como él?

—¿Tú eres la siguiente? —dijo alguien que pasó bailando a su lado.

Paula miró a su alrededor, pero no pudo identificar quién había sido.

—No les hagas caso. Ya sabes cómo se pone la gente en las bodas. Les encanta emparejar a los solteros —le dijo a Pedro.

—A mí no me importa que me emparejen contigo —contestó él  con voz sensual—. Ya sé que te he dicho que estás muy guapa con ese vestido, pero lo cierto es que me gustarías todavía más sin él.

Paula lo miró a los ojos y sintió un escalofrío por todo el cuerpo.

—Te recuerdo que soy...

—No me vengas con que eres mi enfermera porque ya no lo eres —le recordó.

—Pedro, te tengo que decir una cosa...

En aquel momento, se apagó la música y Gonzalo comenzó a hablar por el micrófono.

—A ver. chicas, ha llegado el momento que todas las solteras estabais esperando. Mi hermana va a tirar su ramo de novia. Si no les importa, juntense en la pista de baile para que antes les pueda pedir el número de teléfono a todas.

—Venga, Pau —le dijo su hermana pasando a su lado.

Paula miró a Pedro.

—No me queda más remedio.

—Es sólo un ramo de flores, no una bomba —sonrió él.

Paula tomó aire y se dirigió hacia el corro de solteras. Su hermana le había dicho una y mil veces que le iba a tirar el ramo directamente a ella porque estaba empeñada en que se casara. Y así fue. Delfina lanzó el ramo por encima del hombro en dirección a su hermana, que lo atrapó con facilidad. A continuación, se dirigió a su hija, que estaba observando el numerito junto a Pedro, y se lo entregó.

—Gracias, mami.

 —De nada, cariño.

—Bueno, chicos, ahora llega lo bueno. Ahora, mi cuñado Mauro le va a quitar a su mujercita la liga con los dientes —bromeó Gonzalo.

—¡Gonza! —lo regañó Delfina.

—Mamá, estoy cansada —dijo Sofía—. Los abuelos también se quieren ir. ¿Me puedo quedar a dormir en su casa?

—Ya te llevo yo, mi vida.

—No, hija, ustedes quedense, que son jóvenes y la fiesta todavía no ha terminado —le dijo su padre.

 —¿Estás seguro, papá?

 — Sí, de verdad, tu madre y yo ya no estamos para estos trotes.

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