lunes, 13 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 12

Paula salió de casa de Pedro dando un tremendo portazo y corrió hacia la acera. A pesar de que brillaba el sol, sentía como si una extraña neblina la envolviera, una neblina que no tenía nada que ver con estar a una manzana de la playa. ¿Qué era aquello? ¿Furia? ¿Pasión? Imposible. No era la primera vez que un paciente intentaba ligar con ella y siempre había sabido cómo reaccionar, pero con aquel era diferente. ¿Por qué? Pedro Alfonso le hacía perder la compostura, la objetividad y, lo que era todavía peor, la profesionalidad. Aquello la preocupaba sobremanera ya que había empezado su carrera sanitaria tarde, como consecuencia los problemas de salud de su hija, y no podía permitirse el lujo de cometer errores. Era obvio que Pedro la había besado para asustarla.Y lo había conseguido, pero no por lo que él creía. Lo que  la había asustado realmente  era que le había gustado besarlo... le había gustado demasiado. No estaba dispuesta a tropezar dos veces en la misma piedra. Sabía que los hombres como Pedro eran para ella. Si sólo fuera ella, tal vez, se dejaría llevar, pero tenía que pensar en Sofía. Quería darle un padre a su hija, pero tenía que tener cuidado a la hora elegir. Por nada del mundo volvería a hacerse cargo de aquel paciente, ni por dinero, ni por favores personales. Pedro era un hombre demasiado tentador y demasiado peligroso.

—Paula, ¿Eres tú?

Paula se giró y reconoció a la mujer que se estaba bajando del coche.

—Juana.

La mujer sonrió y la abrazó. Paula le devolvió el abrazo sinceramente. Juana Ward era la mujer más cariñosa, generosa y valiente que conocía. Cuando había perdido a su hija y a su nieto en un accidente de coche, había tomado la decisión de donar sus órganos. Gracias a ella, Sofía había recibido las corneas de su nieto, las corneas que le habían permitido ver con normalidad. Tras la operación,  había pedido conocer a la familia del pequeño para darle las gracias, pero no había podido ser porque su padre se había negado. Juana, sin embargo, había aceptado su gratitud y, a pesar de su profundo dolor, había insistido en mantener el contacto con las personas cuyos familiares habían recibido los órganos de su hija y de su nieto. Así, Paula llevaba una fotografía de Sofía con Juana en la cartera y sabía que Juana llevaba un dibujo de Sofía en la suya. Su hija y ella le debían mucho a aquella mujer.

 —¿Qué haces aquí? —le preguntó Juana—. Por cómo vas vestida, estás trabajando, ¿No?


—Estaba —contestó Paula—. El paciente es imposible —sonrió—. ¿Y tú qué haces por aquí?

— Yo he venido a ver a alguien que también es imposible —contestó Juana—. ¿Tu paciente es un hombre? —le preguntó de repente.

—Sí.

—¿No se llamará Pedro Alfonso?

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—Vamos a sentarnos en el banco —le indicó Juana.

 —Muy bien.

Desde el banco en el que se sentaron, que estaba rodeado de flores, oían romper las olas en la playa.

—Bueno, ¿Me vas a contar de qué conoces a Pedro Alfonso?

—Es mi yerno —contestó Juana.

Paula se quedó mirándola con la boca abierta.

—¿Es el padre de Marcos? —murmuró.

El niño gracias a cuyas córneas Sofía veía bien era el hijo de Pedro?

— Sí —suspiró Juana.

—¿Sabes que ha tenido un accidente?

 — Sí, he estado aquí esta mañana para ver qué tal estaba.

 —Ayer, cuando le preguntamos en urgencias si quería  que avisáramos a alguien, nos dijo que no tenía familia. ¿Cómo te has enterado?

—No hace falta ser muy lista. Ayer hizo dos años que Diana y Marcos se mataron y tenía la certeza de que este loco iba a intentar hacer algo.

—¿Estás diciendo que tuvo el accidente adrede?

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