viernes, 24 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 44

—No pasa nada —le aseguró.

A continuación, cerró los ojos, tragó saliva, volvió a abrir los ojos y sonrió.

—Sofi, mi hijo nunca utilizó esa caña de pescar. No tuvo oportunidad de estrenarla porque murió en un accidente de tráfico.

Sofía se acercó  y lo tomó de la mano.

—Lo siento —le dijo—. ¡Ay, no tendría que haber dicho eso! —exclamó al instante—. No te vas a lanzar en monopatín a la autopista, ¿Verdad?

Paula observó aliviada cómo Pedro estallaba en carcajadas.

—No, claro que no —le dijo a la niña colocándose en cuclillas a su lado.

—Menos mal —suspiró Sofía.

Impulsivamente, la niña le pasó los brazos por el cuello y lo abrazó. Paula aguantó la respiración. Tal vez, la espontánea muestra de afecto de su hija fuera demasiado para Pedro.

—Gracias, Sofi —dijo,  abrazando a la niña también.

—¿Tú crees que a tu hijo le importaría que utilizara su caña de pescar? — preguntó la pequeña—. Prometo no romperla.

—Por supuesto que no —contestó él—.¿Quieres que nos llevemos jamón y queso para los peces?

—¿Pescas con jamón y queso? —se extrañó Sofía.

—Sí, en realidad, más que pescar, les doy de comer y juego con ellos.

—¡Yupi! ¿Dónde están el queso y el jamón?

—En el frigorífico de arriba —contestó—.Ve tú delante.

—No sé qué decir —comentó Paula una vez a solas.

—Ante todo, no me digas que lo sientes —le dijo Pedro tomándola entre sus brazos.

Paula sabía que la iba a besar y se dió cuenta de que corría el tremendo peligro de enamorarse de Pedro Alfonso.

—No encuentro el queso —dijo la niña  desde la parte de arriba.

—Voy a ayudarla —dijo Paula intentando zafarse. Pero él se lo impidió.

—Puedes correr, pero no puedes esconderte para siempre. Te aseguro que lo sé por experiencia.

Ella tragó saliva. No se podía ni imaginar Pedro cuánta razón tenía.

Abrió la puerta y Pedro se dió cuenta de que estaba cocinado, pues tenía harían en la cara, en el jersey negro y en los vaqueros. El hecho de que el día de Acción de Gracias fuera al día siguiente también era una buena pista. Teniéndola ante sí. Pedro no pudo evitar pensar que tenía muchas cosas por las que dar gracias aquel año.

—Hola —lo saludó Paula sorprendida—. ¿Qué haces aquí?

—Buena pregunta —contestó Pedro metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Me creerías si te dijera que mi casa se me hacía demasiado grande?

—Por supuesto que no —bromeó Paula.

—¿Y si te dijera que echo de menos tu comida?

—No me lo creería —contestó Paula apartándose un mechón de pelo de la cara. Sólo hacía un par de días que no la veía, pero la había echado enormemente de menos y, ahora que la tenía delante, no podía dejar de mirarla.

—¿Y si te dijera que tengo buenas noticias y nadie a quien contárselas?

—Entonces, empezaríamos a hablar en serio — contestó Paula haciéndose a un lado—. Me pica la curiosidad, así que pasa.

 Aquella mujer lo fascinaba. Por eso, en realidad, estaba allí, pero no osó decírselo porque realmente quería entrar y estar con ella. En cualquier caso, todo lo que le había dicho era cierto. Si Sofía y Paula no hubieran estado en su casa, jamás se habría dado cuenta de lo grande y vacía que le parecía.

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