viernes, 17 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 25

—Sí —contestó Pedro  mientras Paula le tomaba la pantorrilla entre las manos y le movía la pierna hacia el pecho. Ella  le ayudó a hacer los ejercicios de recuperación y le masajeó la pierna con cuidado.

—Me merezco una recompensa por haber aguantado estoicamente esta tortura —declaró él al terminar.

—¿En qué estás pensando? —quiso saber Paula enarcando una ceja.

—Me encantaría ir a la playa.

—Estás de broma, ¿No?

—Sólo está a una manzana de distancia —insistió él.

—Sí, pero podrías caerte y hacerte daño.

 —Para eso estás tú, para acompañarme y evitar que eso suceda.

—No me parece buena idea. Sería mejor que te dedicaras a ver la televisión, que es mucho más seguro.

—¿Segura la televisión? ¡Pero si sólo sirve para metemos miedos en el cuerpo! Quédate tú viéndola si quieres —contestó Pedro—. Yo me voy a la playa, que es mucho más sano. Y, dicho aquello, se puso en pie con ayuda de las muletas, se acercó a la puerta y se calzó.

—Cierra la puerta —le dijo saliendo.

—Pedro, espera —contestó ella agarrando una sudadera y siguiéndolo.

Pedro sonrió encantado, pero giró la cabeza para disimular.

—Muy bien, si insistes, te dejo venir conmigo.

—Eres imposible —bromeó Paula—. Como te caigas, te dejo en el suelo para que te coman las gaviotas.

—Muy bien —contestó él, encogiéndose de hombros.

Andando hombro con hombro, en aquel día soleado y claro, recorrieron la manzana que los separaba del Pacífico y se sentaron en el paseo marítimo, de cara al mar.

—Esto es precioso —comentó ella aspirando el olor a yodo.

 —Sí —contestó,  encantado de tenerla tan cerca—. Si tanto te gusta, ¿Por qué te has hecho tanto de rogar?

—No ha sido por mí sino por tí. Sinceramente, no creía que fueras capaz de llegar hasta aquí.

—Mujer de poca fe.

Paula sonrió y se quedaron en silencio unos instantes.

—Mi familia tiene una casa al lado del mar en Carpintería —le dijo al cabo de un rato.

—He oído hablar de ese lugar. Está al sur de Santa Bárbara, ¿No?

—Sí, es donde he ido a veranear desde que soy pequeña. Mi padre solía bajar los fines de semana.

—¿A qué se dedica? —quiso saber Pedro.

—Es médico de familia.

 —¿Por eso tú también trabajas en la sanidad?

—Puede. Mi hermana también es enfermera.

—No sabía que tuvieras una hermana.

—No lo sabías porque no te lo había dicho. También tengo un hermano.

—Habíame de ellos.

—Gonzalo es el mayor y es arquitecto y Delfina es un poco mayor que yo y vivía en Phoenix hasta hace poco.

 —¿Qué la hizo irse de allí?

 —Una mala relación y un buen trabajo aquí. Volvió a casa antes de lo previsto porque se encontró a su prometido en la cama con su compañera de piso —le explicó.

—Vaya.

—Bueno, ya sabes que Dios escribe recto con renglones torcidos. Al final, resultó que todo fue para bien ya que, nada más haberlo dejado con su prometido, se encontró con Mauro Stratton, nuestro vecino de toda la vida, del que mi hermana había estado enamorada desde pequeña. Comenzaron a verse cada vez más y a salir, y él se dió cuenta de que tambien estaba enamorado de ella, así que se casan el mes que viene.

—Qué bonito.

 —No lo dices muy convencido.

 —¿Cómo que no?

—Lo digo porque no me da que seas una persona que cree en los finales felices.

Pedro no contestó.

—Me alegro de que mi hermana haya encontrado la felicidad. A lo mejor, yo también tengo suerte — comentó ella mirando hacia el océano.

—¿Tú también quieres ver el arco iris por todas partes?

—Vaya, parece que bajo esa fachada de dureza se esconde todo un poeta — sonrió—. Mi hermana siempre me dice que lo suyo ha sido terrible, pero que lo mío fue todavía peor.

 —¿Por qué te dice eso? —preguntó Pedro extrañado.

Paula se mordió la lengua.

—Por nada —se apresuró a contestar—. La verdad es que estoy muy felíz de verla bien. Me encanta la playa —comentó a continuación—. Me recuerda mi infancia, la época más felíz de mi vida, fue una infancia perfecta.

—Eso no existe —se lamentó Pedro pensando en su hijo.

—Te aseguro que la mía fue maravillosa y me gustaría que...

—¿Que la de tu hija también fuera maravillosa?

—Sí, ¿Cómo lo has sabido?

 —Eres como un libro abierto —se rió Pedro.

—Entonces, supongo que también verás que me siento culpable por no ser capaz de darle la infancia que se merece —se lamentó Paula—. Es una niña maravillosa, dulce y encantadora, jamás se queja por nada. Me encantaría darle lo que yo tuve de pequeña, un buen hogar y unos padres, una madre y un padre, que la quieran.


—Necesitas un hombre —sentenció Pedro.

¿De dónde había salido aquello? ¿Quizás del hecho de que, cuanto más tiempo pasaba con ella, más cuenta se daba de que necesitaba a una mujer?

—No necesito un hombre para nada —se defendió.

—¿Y, entonces, cómo vas a conseguir un padre? Por definición, los padres son hombres.

—La lógica aplastante del necio —sonrió Paula—. El problema es que ningún hombre está dispuesto a tener una relación seria con una mujer que tiene una hija y Sofía y yo somos un dos por uno.

Pedro se imaginó volver a contar de nuevo con la bendición de un hijo y no pudo evitar recordar a Marcos. El dolor era tan intenso que se hacía físico y el aire no le llegaba los pulmones. Daría lo que fuera por recuperar a su hijo. Aquellos bobos con los que Paula salía no sabían lo que se perdían.

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