viernes, 3 de febrero de 2017

Destinados: Capítulo 56

—¿Y si me importa? —la desafió Santiago—. He volado desde la otra punta del país para verte. Paula…

—La señorita quiere que te largues —intervino Matías.

—¡Desaparece! —gritó Santiago, furioso.

Matías sacó el móvil con calma y llamó a seguridad. Cuando Santiago se dió cuenta de lo que estaba pasando, se levantó de la silla, pálido. Al salir de comedor, casi se tropezó con la camarera. A Paula la avergonzó pensar que había estado a punto de casarse con él. Mientras comían, un par de guardas se acercaron a Matías. Él habló con ellos un momento y se fueron, sin duda, con el objetivo de comprobar que Santiago no siguiera causando problemas.

—¿Estás bien? —le preguntó Matías.

—Sí, gracias a tí.

—Santiago estaba furioso, ¿Verdad? —comentó Nico.

—Sí, pero se le pasará cuando llegue a casa.

—Voy a contárselo a Pepe —anunció el niño antes de seguir comiendo.

Paula había estado esperando que, antes o después, saliera a relucir el nombre de Pedro. Nico no podía evitarlo, pensó, y comenzó a comer con apetito renovado.

—¿Qué planes tienen para esta tarde? —preguntó Matías.

—Vamos a ir a nadar —informó Nico—. ¿Y tú?

—Tengo trabajo. Ahora que Santiago se ha ido, espero que los dos lo pasen muy bien en la piscina.

—Gracias, Matías. Sabes a qué me refiero —dijo Paula.

Sin duda, Pedro le había pedido que interviniera por si había algún problema, pensó.

—Claro —repuso Matías y se levantó—. Nos vemos, Roy.

Se puso el sombrero y se despidió de Paula con un gesto de la cabeza antes de irse. Tres agentes federales acompañaron a Pedro a la parte superior de Porcupine Creek. Uno de ellos silbó al descubrir la plantación de marihuana que cubría la zona.


Al día siguiente, Pedro quería enseñarles a Paula y a Nico ese lugar tan bonito, incluso con las pruebas de la reciente, e ilegal, interferencia humana.

—Hace dos semanas confiscamos cuatrocientos kilos de fertilizante y, al menos, veinte armas —informó Pedro—. He arrestado a veinte sospechosos por el momento. Jarvis va a dirigir un equipo de hombres a caballo para buscar al resto.

—Traeremos a nuestros hombres mañana por la mañana. También van a enviar un avión para que busque más plantaciones desde el aire.

—Si podemos hacer algo más para ayudar, hacénoslo saber.

—El guardabosques jefe de Sequoia y tú han hecho más que nadie para ayudarnos. Gracias.

Los hombres se estrecharon la mano antes de volver al helicóptero, donde Patricio los estaba esperando. Eran las cinco y media de la tarde. Cuando regresaran al pueblo, Pedro habría terminado su turno de trabajo. Leonardo se quedaría a cargo de todo y él podría tomarse el resto de la tarde libre para estar con Paula y Nico. Llevaba todo el día esperando ese momento. Cuando iban de camino, Ricardo lo llamó al móvil.

—Alfonso al habla. ¿Qué sucede?

—Una furgoneta ha volcado cerca del camping Lobo Blanco, con una familia de seis personas. El área ha sido acordonada y los servicios de emergencia han ido para allá. Hemos enviado un equipo de rescate aéreo.

—¿Victimas mortales?

—No, señor. Por una vez, todo el mundo llevaba el cinturón de seguridad.

—De acuerdo. Sígueme informando si hay novedades.

Antes de que el helicóptero aterrizara,  recibió otra llamada.

 —El jefe al habla —respondió él.

—Soy Thompson, señor. Un coche ha estallado en llamas tres kilómetros al norte de Wawona, pero estará bajo control enseguida.

—¿Algún herido?

—No, señor. Hemos cortado la autopista en ese sentido hasta que el jefe de bomberos termine con su trabajo.

—Estén alertas por si se escapara alguna chispa.

—Ya estamos en ello.

—Estaré en el cuartel general dentro de diez minutos. Vuelve a llamarme.

—De acuerdo.

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