viernes, 17 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 24

Y ahora invitaba a su hija a su casa. Definitivamente, un síntoma esperanzador de que las cosas estaban mejorando. Lo malo era que la idea de hacer un día del pijama con Pedro la atraía sobremanera. Paula  dejó la bandeja con los huevos, el beicon, los panecillos, el zumo de naranja y el café sobre la mesa. Pedro se reclinó en el sofá y no dijo nada.

—Si te empeñas en no hablarme, me lo llevo ahora mismo a la cocina — le advirtió.

Al ver que él no contestaba, volvió a tomar la bandeja y se giró hacia la cocina.

—Espera.

Lo miró. La otra enfermera también le había preparado la comida, pero, de alguna manera, aunque cocinaba bien, le parecía que no se había alimentado tan bien como cuando ella estaba en casa. Había sido como si no hubiera obtenido la dosis ideal de vitaminas y minerales, una dosis que solamente le daba Paula.

—¿Me hablas a mí? —bromeó,  enarcando una ceja.

Pedro no sabía con quién estaba más enfadado, si con ella por haberlo dejado solo el día anterior o consigo mismo por haberla echado de menos. Lo cierto era que estaba empezando a sentir cosas y a tener sensaciones que no se permitía desde hacía dos años. No se podía permitir sentirse vivo.

—Ayer me abandonaste —le recriminó.

Paula enarcó una ceja y lo miró divertida.

—¿Me vas a torturar no acercándome la comida? ¿Me la vas a poner en el regazo para que pueda comer de una vez? —se impacientó Pedro.

—Ya veremos.

—¿Qué tengo que hacer para convencerte?

—Dejar de comportarte como un niño mimado — contestó—. Creía que, después de haber hablado ayer por teléfono, todo estaba en orden.

Y todo había estado en orden mientras había hablado con ella, mientras había escuchado su voz, pero la otra enfermera no le hablaba con sarcasmo ni tenía el ingenio de Paula, y el día había resultado de lo más aburrido. Desde que la había conocido se había olvidado del aburrimiento y ahora comprendía que, cuando aquella mujer saliera de su vida, el aburrimiento volvería a apoderarse de ella. Darse cuenta de la diferencia lo incomodaba.

—Si te encuentras bien, ¿Por qué no hablas?

—Porque no tengo nada que decir —contestó Pedro.

—¿Te vas a portar bien? Desde luego, te pareces a mi hija. Le suelo decir lo mismo, pero a ella la mando a su cuarto hasta que se le ha pasado el enfado. ¿Te parece que te haga a tí lo mismo?

—Me da igual —contestó,  pensando que, si lo mandaba a su habitación, pero se iba a ella con él, la cosa no estaría nada mal. Aquel pensamiento, surgido de la nada, hizo que el deseo sexual se apoderara de él y que la sangre se le agolpara en la entrepierna.

—No te mando porque tienes la pierna mal —le dijo Paula—, pero quiero que sepas que tu actitud no me parece la correcta.

—Lo siento —se disculpó.

—Vaya, aprendes rápido —se maravilló Paula dejándole la bandeja sobre las piernas. Por suerte, no se dió cuenta de la erección que demostraba que el cuerpo de Pedro estaba volviendo a la vida.

—¿Eres siempre así de dura?

—Siempre —contestó,  muy orgullosa de sí misma—. Es una de mis mejores cualidades —añadió volviendo a la cocina.

Una vez a solas. Pedro dió buena cuenta del desayuno y comenzó a sentirse mejor. ¿Serían las vitaminas y los minerales o la cercanía de Paula?

—Vamos a ver qué tal tienes el pulso y la tensión arterial —anunció Paula al cabo de un rato volviendo al salón.

 —Muy bien.

—Estoy sinceramente sorprendida. Ahora obedeces como un corderito. ¿Quién me iba a decir a mí que tener una hija de cinco años me iba a servir para controlar a un paciente cabezota y desobediente? — se maravilló,  sentándose sobre la mesa y tomándole la tensión. Todo estaba correcto, así que a continuación procedió a retirarle la venda de la pierna para examinar las heridas.

—¿Te duele? —le dijo observando que la piel se había llenado de moretones.

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