miércoles, 15 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 18

—Lo único que tienes que hacer es decirme que no quieres hablar de ello — dijo poniéndose en pie.

 —Lo he intentado.

Paula se encogió de hombros.

—Será que no me he dado cuenta. Ahora que estás curado, tengo que hacer cosas antes de terminar el turno.

—¿Qué cosas?

—Hacer la compra y dejarte la cena preparada, voy a intentar anticiparme a tus necesidades para que estés cómodo. A no ser que quieras que venga una enfermera por la noche...

 —No —contestó Pedro vehementemente—. ¿Vendrás mañana? —añadió con cierta vulnerabilidad.

A Paula le hubiera gustado poder contestar que no, pero el destino ya había decidido por ella.

 -Sí.

A la mañana siguiente. Pedro se despertó deseando que Paula llegara cuanto antes. Era cierto, tal y como ella le había advertido, que los movimientos más normales le robaban mucha energía. De repente, se preguntó si volvería. El día anterior le había dicho que en el hospital estaría mucho mejor. Sabía que en el hospital daban a los pacientes baños de espuma y se preguntó si Paula haría lo mismo con él en su casa. La esperanza era lo último que se perdía. La esperanza. ¿Hacía cuánto tiempo que no pensaba en aquella palabra? No tenía derecho a tener esperanzas porque Marcos había muerto. Su hijo jamás tendría esperanzas de nada porque ya no estaba en el mundo de los vivos. Jamás sabría lo que era ir a un parque de atracciones, aprender a conducir, besar a una chica, hacerle el amor y casarse. Marcos jamás tendría hijos. Antes de que le diera tiempo de seguir flagelándose por ello, oyó la puerta principal que se abría.

—Aquí estoy —anunció Paula.

El día anterior se había llevado las llaves de la casa para que él no tuviera que levantarse a abrirle la puerta. No podía ni imaginarse lo contento que estaba de que hubiera vuelto. Al verla entrar con su increíble sonrisa,  le sucedió una cosa inimaginable. Se evaporó la tristeza que lo había embargado al pensar en su hijo.

 —Hola —lo saludó Paula.

—Hola.

—¿Qué tal te encuentras?

Lo cierto era que, a pesar de que tenía una pierna magullada, Pedro se encontraba de maravilla. Estaba tan contento de verla que habría sido capaz de levantarse y de ponerse a bailar. Entonces, se dió cuenta de lo mucho que había temido no volver a verla.

 —Me duele todo —contestó.

—Eso ya lo sé.

—Me duele más que ayer.

 —Me lo imagino.

—Esos ejercicios que estuvimos haciendo son espantosos.

Paula se rió.

—Son muy buenos. Espero que te hayas tomado los medicamentos.

—Estoy seguro de que eres una buena madre.

Paula, que se estaba quitando el jersey, se quedó mirándolo y a Pedro le pareció que había algo de culpabilidad en su mirada, pero se apresuró a decirse que una mujer como ella no podía tener motivos para sentirse culpable.

—Lo intento —le dijo—. ¿Has desayunado?

Pedro  tuvo la impresión de que quería cambiar de tema y le entraron ganas de no dejar que lo hiciera, pero se dijo que aquello podía ser interpretado como que le interesaba su vida privada, y no era así.

—No, ¿Y  tú?

— Sí. pero te preparo lo que te apetezca.

—¿Gachas?

 —¿Por qué te apetece desayunar gachas? ¿Estás castigado por algo? — bromeó Paula.

—No, no estoy castigado por nada, pero he pensado que pareces de esas personas que están convencidas de los poderes curativos de las gachas —sonrió él.

—Es cierto que la avena es buena para el colesterol —contestó Paula.

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