lunes, 6 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 4

- Sí, esquiando – confirmó Paula -. Luego, vino porque se había roto la clavícula.

- Sí, aquello fue haciendo parapente.

 - Y, para terminar, una lesión en el bazo por la que tuvimos que operar.

- Aquello fue haciendo esquí acuático. Hice un precioso salto, pero me golpeé con uno de los esquís.

- Parece ser que es usted un visitante regular – dijo Paula,  poniéndole dos dedos en la muñeca para tomarle el pulso -. Por lo visto, tiene usted aficiones peligrosas. ¿Es usted de los que les gusta vivir al límite?

- Se vive bien así.

- ¿Por qué le gusta?

 - Porque es la única manera de no sentir nada.

Aquellas palabras la  sorprendieron, pero no le dio tiempo de contestar porque en aquel momento apareció el doctor Sullivan con los resultados de las placas de rayo X.

- Veo que ha recuperado por completo la conciencia, señor Alfonso – lo saludó -. Tengo buenas noticias para usted. No tiene nada roto, pero por lo visto, según nos han contado los médicos que lo recogieron en ambulancia, intentó usted ponerse de pie después del accidente y no pudo.

 - No, me dolía mucho la pierna – contestó Pedro.

 - ¿Dónde exactamente?

- En el gemelo y el muslo.

 - Entonces, podría tener usted un desgarro muscular.

- ¿Y eso es grave?

 - Es peor que una fractura porque el hueso tarda menos en curar. Los desgarros musculares tardan más y son más dolorosas.

Pedro asintió e intentó incorporarse

 - Bueno, muchas gracias por todo. Me voy y les dejo la cama para alguien que realmente la necesite.

El doctor Sullivan le puso la mano en el pecho para indicarle que no podía irse.

- No tan rápido. Si estoy en lo cierto y ha sufrido usted un desgarro muscular, por lo menos, tendrá que caminar con muletas y, además, parece que podría usted tener traumatismo craneoencefálico.

- ¿Podría?

- Sí, tiene que quedarse usted en observación – contesto el doctor -.¿Ha tenido náuseas? – le preguntó a Paula.

- La verdad es que no se ha quejado de nada.

-¿Lo ve? – intervino Pedro -. Estoy perfectamente, así que me voy. Muchas gracias por todo.  Al ver que se incorporaba, Paula se colocó a su lado por si se caía.

 - ¿Les importaría llamar a un taxi?

  - No está usted en condiciones de irse – insistió el docto Sullivan -. Todavía tenemos que curarle ciertas heridas y tiene usted un corte en el hombro el que tendríamos que ponerle un par de grapas.

 - Gracias, pero no será necesario – insistió Pedro.

Paula observó cómo se quitaba el goteo que le habían puesto y supuso que aquel hombre odiaba los hospitales.  Por lo poco que lo conocía, sabía que era un hombre terco, así que intentar hacerle razonar con lógica no iba a servir de nada.

- Creo que será mejor que lo dejemos ir – le dijo al doctor.

 - Me ha caído usted bien desde el principio – sonrió Pedro.

- ¿Cómo dices eso, Paula? – se sorprendió Sullivan. - ¿Cree usted que va a llegar muy lejos? Entre las heridas de la pierna y de la cabeza, no va a tardar mucho en caerse al suelo. Me apuesto un dólar a que, en cuanto intente apoyar la pierna, se va al suelo.

- ¿Un dólar? – bromeó Pedro -. No debe de estar usted tan segura de su diagnóstico cuando apuesta tan poco.

 - Si tuviera más dinero y hubiera algún idiota por aquí que aceptara la apuesta, me haría millonaria – le espetó Paula -. Bueno, adelante, el doctor Sullivan y yo estamos esperando a que se ponga usted en pie para recogerlo cuando se desmaye nada más hacerlo o, en el mejor de los casos, seguir el rastro de sangre hasta la calle y recogerlo allí.

 - Creía que las enfermeras eran ángeles piadosos.

- Ya le he dicho hace un rato que no soy ningún ángel.

 - ¿Y la piedad?

 - Un idiota que se sube en una moto sin casco y que intenta irse del hospital sin dejar que le curen no merece ninguna piedad.

Pedro se giró hacia el doctor con una ceja enarcada.

- Es dura de pelar – comentó.  - Se pone así porque tiene toda la razón, no está en condiciones de abandonar el hospital.

 - Insisto en marcharme – contestó,  deslizando las piernas hacia el suelo.

Paula se colocó entre sus piernas por que realmente temía que se cayera al suelo y se hiciera daño. A pesar de todo, Pedro se puso en pie, así que no tuvo mas remedio que agarrarlo de la cintura para que tuviera dónde apoyarse.

 - Piénselo bien – insistió -. Si no nos deja que le proporcionemos la asistencia médica que necesita, podría terminar con una infección a nivel general que lo mataría.

- Tiene razón, señor Alfonso– dijo el doctor Sullivan colocándose al otro lado del paciente.

 - No me pueden obligar a quedarme.

- Claro que podemos – mintió Paula.

 - Mentirosa – sonrió Pedro -. Le recuerdo que he estado aquí muchas veces y me sé las normas.

Paula miró al médico de urgencia.

- Haga algo, doctor.

- No puedo – contestó Sullivan -. Sabes tan bien como yo que tiene derecho a negarse a recibir tratamiento. ¿Tiene usted alguien que lo cuide en casa?

- No necesito a nadie – contestó Pedro.

- Necesita usted cuidados médicos – insistió el médico.

 - ¿Qué tipo de cuidados?  - Para empezar, un par de grapas en el hombro. De lo contrario, se le va quedar una cicatríz espantosa.

- A las chicas les encantan las cicatrices.

- Eso no es verdad, pero, en cualquier caso, lo de la cicatríz no es tan importante. Lo verdaderamente peligroso es que se le infecte y la infección se extienda por todo el cuerpo.

 - Creo que me voy a arriesgar – contestó Pedro.

- ¿Pero se puede saber en qué demonios está usted pensando? – lo increpó Paula -. ¿Qué le pasa?

- Que odio los hospitales – contestó Pedro.

 - Estupendo.

 - Mire, señor Alfonso, lo mejor sería que nos dejara usted hacer nuestro trabajo y que se quedara una noche en observación – intervino el doctor Sullivan -. Si acepta, le prometo que mañana le doy el alta y podrá irse a casa acompañado de una enfermera.

 - ¿Una enfermera? – dijo Pedro mirando a Paula.

- Sí – contestó Sullivan -. Va a tener que estar usted con goteo, le van a tener que estar cambiando las vendas y va a tener que estar bajo observación debido al golpe de la cabeza. Es peligroso si se desmaya y está solo y, además,va a necesitar ayuda porque, aunque parece que no quiere usted darse cuenta, tiene todo el cuerpo magullado y arañado.

Pedro se quedó en silencio.  Paula se dió cuenta de que estaba considerando la situación seriamente, pero no estaba preparada para su propuesta.

- ¿Podría ser Paula?

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