sábado, 11 de febrero de 2017

Cambiaste mi Vida: Capítulo 8

—No vamos a hablar de ello ahora, pero algún día tendremos que hacerlo.

—¿Cuándo te vas a dar por vencida?

—Nunca.

—¿Por qué te sigues preocupando por mí? Hice a tu hija una desgraciada.

 —Una relación no se rompe si los dos miembros no quieren, Pepe— suspiró Juana sentándose a su lado—. Mi hija también tuvo su parte de culpa. Esperaba demasiado de los hombres. En cualquier caso, ya no importa —añadió con tristeza.

—De verdad que no me explico por qué pierdes el tiempo conmigo. Seguro que tienes cosas mejores que hacer.

—Tú no me abandonaste cuando perdí a Ezequiel.

—Aquello fue diferente.

—No,  no fue diferente. ¿Por qué dices eso?

—No tengo fuerzas para explicártelo, pero lo siento así.

—Diana y tú estaban divorciados y, aun así, me llamabas constantemente y venías a verme cuando necesitaba cualquier cosa. ¿Te parecía a tí que perdías el tiempo cuando me invitabas a comer o a cenar por ahí y me dabas una excusa para maquillarme y salir de casa? ¿Acaso no me dijiste que era la abuela de tu hijo y que eso nos convertía en familia?

—Por supuesto que sí —contestó Pedro—. Eres una buena persona, Juana.

—¿Y tú no?

Pedro no pudo evitar sonreír.

—No te creas que me engañas. Me doy cuenta perfectamente de lo que intentas hacer.

 —¿Yo?
—No te hagas la inocente conmigo porque no te va a salir bien. ¿Has estado yendo a esas clases otravez?

—No sé de qué me hablas —sonrió Juana.

—¿Ah, no? ¿Has vuelto a ir a esas clases de psicología barata que tanto te gustan, esas que tienen títulos como «Diez pasos para tener una buena relación con el yerno que hizo de tu hija una desgraciada»?

 —No te pongas tan melodramático —contestó su suegra—. Además, esas clases me encantan y me han servido mucho.

—¿Te han servido para sobreponerte a la pérdida de Marcos y de Diana?

—Un poco, pero tú sabes tan bien como yo lo que es perder a tu único hijo.

Pedro asintió.

—En mi caso, además de a mi hija, he perdido a mi único nieto. Ya sabes lo que pienso. Creo que podríamos ayudarnos el uno al otro si habláramos de ello. Yo necesito hablar de ello.

 —Pero yo no —contestó Pedro—. Yo no necesito ayuda. Nada ni nadie me los devolverá.

Pero se arrepintió al instante de haber pronunciado aquellas palabras. Juana era una buena persona y realmente la quería mucho, pero no se encontraba bien y prefería estar solo.

 —Yo, al menos, estoy intentando seguir viviendo. Tú, por el contrario, sigues en la oscuridad.

—¿Por qué me dices eso?

—Pepe, yo hubiera preferido morir antes que tener que perder a mi hija y a mi nieto. Te aseguro que me acuerdo de ellos todos los días, pero hay que hacer un esfuerzo y seguir viviendo. Tú me lo dijiste una vez y te he hecho caso, así que ahora soy yo la que te lo dice a tí —le dijo colgándose el bolso del hombro y dirigiéndose a la puerta.

—Juana...

—No digas nada. Has conseguido enfadarme. Te ha salido bien. Querías deshacerte de mí y me voy a ir. En cualquier caso, no es por eso por lo que me gustaría abofetearte sino porque veo que estás tirando tu vida por la borda.

Pedro pensó que, tal vez, aquella vez había conseguido librarse definitivamente de su suegra.

 —Y que ni se te pase por la cabeza que has conseguido librarte de mí. Aunque tenga que estar el resto de mi vida insistiendo, voy a conseguir sacarte del agujero en el que te has empeñado en meterte. No pienso dejarte hasta conseguirlo —le advirtió abriendo la puerta y cerrándola de un portazo a sus espaldas.

Una vez a solas, Pedro decidió dirigirse a la cocina a beber algo. Pronto se dió cuenta de que era más fácil pensarlo que hacerlo. Todavía no se apañaba bien con las muletas y el esfuerzo le resultó sobrehumano. Desde luego, aquel no estaba siendo un buen día. En ese momento, volvió a sonar el timbre y supuso que era su suegra de nuevo, pero cuando abrió la puerta se encontró con que era Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario