sábado, 11 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 9

Paula se quedó mirando al hombre que le había abierto la puerta. Tenía un aspecto terrible. Estaba tan mal, parecía tan agotado, que lo primero que se le pasó por la cabeza fue abrazarlo. ¿De dónde había salido aquel pensamiento? Lo último que necesitaba en la vida era a un hombre como Pedro Alfonso. Además, algo le decía que aquel hombre era orgulloso y cabezota y que no le gustaría recibir su compasión ni en forma de abrazo ni de ninguna otra forma. En cualquier caso. Ella jamás abrazaba a los pacientes. A no ser que fueran niños, claro. Y aquel, desde luego, no lo era. La noche anterior no le había importado admitirse a sí misma que se sentía atraída por aquel hombre, porque había creído que jamás lo volvería a ver, pero ahora volvía a tenerlo ante sí, y seguía sintiéndose atraída por él. Tal vez más que nunca, así que decidió comportarse con prudencia y, para ello, nada mejor que ponerse la careta de insolente.

—Hola, Pedro.

 —Hola, Paula. No sabía si ibas a venir.

— Patricia y yo somos amigas y si puedo ayudarla a no tener que enfrentarse a una demanda por negligencia... —contestó,  encogiéndose de hombros.

—No tenía ninguna intención de demandar al hospital —le aseguró Pedro.

—Nunca se sabe. Me sorprende que hayas abierto tu la puerta.

—¿Creías que iba a estar tirado en el suelo? Seguro que no creías que fuera a ser capaz de llegar a casa.

—Creía que ibas a estar practicando para las Paraolimpiadas.

—Me has pillado —sonrió Pedro—. En este momento, estaba practicando un doble mortal con pirueta.

Paula se volvió a encontrar pensando que aquel tipo era realmente encantador. No, ir a su casa no había sido una buena idea, pero la primera enfermera que Patricia había enviado no le había gustado y, ante el temor de que pudiera interponer una demanda, la coordinadora le había pedido el favor y, dado que  le debía uno pues había sido ella la que le había encontrado trabajo, allí estaba. Miró hacia arriba... muy arriba.

—Qué alto eres —comentó con naturalidad.

—Mido lo mismo que medía ayer por la noche.

—Sí, pero ayer estabas tumbado en una camilla — le recordó Paula—. ¿Puedo pasar?

—Perdón, me parece que el golpe de la cabeza me ha hecho perder las buenas maneras —se disculpó Pedro, intentando retroceder para dejarla entrar.

—No te muevas —le advirtió Paula al ver que no se apañaba bien con las muletas—. De momento, es mejor que andes solamente hacia delante y que no intentes hacer cosas raras.

—Muy bien. Ninguna objeción por mi parte.

—Qué raro —sonrió Paula.

Aunque estaba intentando controlarse y mantener una actitud distante con aquel paciente, cada vez se le hacía más difícil porque era realmente simpático. En cualquier caso, no tenía más opción que trabajar para él, así que debía tomarse aquella situación como una oportunidad para demostrarse que aquel hombre no era para ella. Le había dicho que no se moviera y Pedro no se movió, así que no tuvo más remedio que pasar a su lado. Estaban tan cerca que podía aspirar su olor y, si no hubiera llevado una chaqueta para resguardarse del fresco del mes de noviembre, sus brazos se habrían tocado. De repente, se encontró imaginándose la escena, piel contra piel, y se puso nerviosa. Aquel hombre tenía una sonrisa encantadora y era muy atractivo y masculino. Se dió cuenta de que las hormonas se le estaban revolucionando y se dijo que debía controlar aquello cuanto antes, pero no se le ocurría cómo.

—Siéntate antes de que te caigas —le ordenó—. Si eso ocurriera, no podría levantarte del suelo yo sola.

—Te aseguro que a mí tampoco me apetece nada caerme —contestó Pedro.

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