domingo, 5 de febrero de 2017

Destinados: Capítulo 62

Pedro sintió un escalofrío.

—No. Acabo de mirar —repuso él.  Corrió hacia Paula y la agarró de los brazos—. ¿Cuándo lo dejaste en la cama?

—A las ocho, pero no creo que se durmiera antes de las ocho y media — contestó ella, aterrorizada—. ¿Dónde puede estar? —preguntó con ansiedad.

—No puede estar muy lejos —afirmó Pedro—. Lo encontraremos.

Pedro llamó a Matías para pedirle que iniciara una búsqueda intensiva en el pueblo, empezando por la zona más cercana a su casa. Después de colgar, miró a Paula.

—Debió de decidir esconderse cuando le dijiste que iban a volver a Miami. Es algo típico en un niño de su edad.

—Seguro que tienes razón.

—Hoy, Nico me dijo que quería vivir conmigo. Te juro que lo encontraremos, Paula.

Mientras Matías organizaba la búsqueda, Pedro y ella buscaron en la casa, miraron bajo las camas, dentro de los armarios y en todas partes, incluso dentro de los coches.

—No está aquí. ¡Oh, Pedro!

—Shh… —dijo él y la tomó entre sus brazos. La besó en la sien y en la frente—. Tiene que estar cerca. Es de noche y no conoce el parque, seguro que se ha quedado por aquí.

Despacio, ella se apartó de sus brazos. Tenía la cara empapada en lágrimas.

—Sabía que Nico estaba decidido a quedarse contigo, pero no pensé que llegara tan lejos.

—Es lo que se hace cuando se ama a alguien.

—Lo sé —repuso ella con voz temblorosa—. Aquí perdió a su padre. Parece que se niega a perderte a tí también. Nunca debí traerlo.

—No digas eso. Nico conoce el hotel donde se alojan y puede que esté escondido allí. Iremos a mirar. Vamos.

Cuando sacaron el coche, Ricardo ya había estacionado delante de la casa y estaba coordinando una búsqueda en los alrededores. Había dado órdenes de buscar incluso en los cubos de la basura. Pedro condujo al hotel y encontró allí dos guardas más del parque, peinando los pasillos y el vestíbulo en busca de Nico. Todavía no había aparecido. Hablaron con todos los camareros en el comedor. Nadie lo había visto. La piscina estaba cerrada, pero miraron allí también, y en los vestuarios y los baños.

—Vamos, Paula. Iremos a las oficinas del parque, para ver qué han averiguado.

Minutos después, entraron en su despacho. Marcela los siguió con dos tazas de café. Las puso sobre la mesa y abrazó a Paula.

—No te preocupes. Los chicos encontrarán a nuestro pequeño guardabosques.

 —Lo sé. Gracias, Marcela.

Se sentó en una de las sillas, esforzándose por controlar sus emociones. Pedro llamó a Matías desde su escritorio.

 —¿Qué noticias tienes?

—Todo el valle Yosemite está en alerta. Se está buscando en todos los vehículos, incluidos los camiones, en todos los hoteles y todas las tiendas.

—¿Qué haría yo sin tí? —murmuró Pedro a su amigo—. Si le pasara algo…

—No le pasará nada. Lo encontraremos.

—Lo sé —repuso y se aclaró la garganta—. Mantenme informado.

Cuando colgó y se volvió hacia Paula, ella lo estaba mirando con ojos llorosos.

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