miércoles, 15 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 20

En un abrir y cerrar de ojos, Pedro estaba a su lado. ¿Quién iba a decir que un hombre con muletas iba a ser tan rápido?

 —¿Estás bien?

—Sí, sólo me he manchado un poco de aceite —contestó Paula sin poder ocultar su nerviosismo.

Cuando él le había pedido que le contara un secreto, lo primero que se le había ocurrido era que sabía lo de los ojos de su hija. Imposible. Si lo supiera, no se andaría por las ramas, pues no era un hombre que diera rodeos. Lo habría dicho directamente.

—Ya sé el secreto que te voy a contar —exclamó—. Soy un poco torpe en la cocina.

En ese momento, se dió cuenta de que lo tenía muy cerca, demasiado cerca y lo peor era que lo quería tener todavía más cerca.

—Pedro, no te lo tomes a mal, pero...

 —¿Estoy demasiado cerca?

—¿Por qué no te sientas y pones la pierna en alto?

—¿Es un consejo médico o una orden personal?

—Las dos cosas.

Pedro la miró divertido.

—¿Te pongo nerviosa?

 —Sí.

—¿Para bien o para mal?

—No voy a contestar a esa pregunta. En cualquier caso, si quieres desayunar, más vale que te vayas.

—A sus órdenes, mi capitán.

Una vez a solas, limpió el suelo y dió gracias por que Pedro no se hubiera dado cuenta de lo nerviosa que se había puesto cuando le había pedido que le contara un secreto. La próxima vez, y estaba segura de que iba a haber una próxima vez, tendría que estar más atenta. Había conseguido que él  se abriera un poco y, la próxima vez que consiguiera que le abriera la puerta,  tenía intención de meter el pie paraque no la pudiera volver a cerrar.

—¿Cuándo me vas a bañar?

Paula levantó la mirada y se encontró con los ojos de Pedro. Después de desayunar, había dormido un rato y ahora salía con aquello. Lo cierto era que ella también había pensado en ello, pero había rezado para que  no se lo pidiera.

—¿Qué te hace pensar que te voy a bañar?

—La idea de tener una enfermera en casa es estar igual de bien atendido que en el hospital y en el hospital las enfermeras te bañan —contestó.

Paula  no pudo evitar fijarse en su torso desnudo. Pedro se había quitado la camisa para que le tomara la tensión. ¿Por qué demonios aquel hombre le afectaba tanto?

—¿Soy apto? —preguntó, divertido.

 A Paula le agradó tanto verlo bromear que casi le dió igual que la hubiera pillado mirándolo y que se hubiera sonrojado de pies a cabeza.

 — Sólo estaba comprobando si te estaba creciendo otra vez el vello en los círculos que te afeité en el hospital el otro día.

—¿No me habías dicho que nunca mentías?

—Nunca miento, así que admito que me he fijado en que no estás nada mal.

—¿Eso quiere decir que me vas a bañar?

—No está usted incapacitado, señor Alfonso.

—¿Y la pierna?

—No te la han escayolado, así que no tienes problema.

—¿Te estás poniendo roja?

—Claro que no —mintió —. ¿Por qué me iba a poner roja?

—No sé, tú sabrás...

—Si te crees que es por verte desnudo, te recuerdo que soy enfermera y, una vez visto un hombre desnudo, vistos todos.

—Entonces, ¿Me vas a bañar? —insistió Pedro.

Paula  suspiró.

—No me va a quedar más remedio —contestó.

—¡Yupi! —exclamó, como un niño pequeño.

 Ella puso los ojos en blanco.

—Lo hago única y exclusivamente porque no te puedes mojar las grapas bajo ningún concepto —le explicó.

—Me da igual el motivo —contestó Pedro encogiéndose de hombros—. Lo importante es que voy a tener mi baño.

No sabía por qué atormentarla le gustaba tanto. A lo mejor era porque hacerla sonrojarse lo distraía de sus dolorosos recuerdos. Aquella mujer lo anestesiaba y aquello resultaba una bendición. Estaba seguro de no merecer aquel paraíso, pero no podía evitar anhelarlo. Siguió a Paula hasta el baño y se sentó en un taburete. Lo cierto era que podría haberse duchado él solo, aunque le hubiera costado un buen esfuerzo. Era mucho mejor que ella  lo fuera a bañar con la esponja.

Paula dispuso las toallas, el jabón y las vendas, abrió el grifo del lavabo y mojó una toalla. Por cómo lo miró, Pedro comprendió que le apetecía hacer aquello tanto como pegarse un tiro.

—Muy bien —le dijo mirándolo muy seria—. Te voy a lavar lo gordo y, luego, te dejaré a solas para que termines tú solo.

—Define “ gordo” —sonrió él.

—Pecho, espalda, brazos, piernas y pies —contestó Paula.

—¿Eso quiere decir que todas las demás partes de mi anatomía te parecen pequeñas?

—No tengo datos para opinar.

A Pedro le encantaría que los tuviera. Aquello hizo que su imaginación se disparara, algo que no le había ocurrido desde hacía tiempo. La sensación fue como ver un punto de luz al fondo de un terrible y oscuro túnel. Ahora que había visto la luz, no había marcha atrás.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos!!! Paula lo está volviendo a la vida! Que bueno!

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