viernes, 17 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 21

—¿Me va a usted a decir, enfermera Chaves,  que cuando estaba en la sala de urgencias débil e indefenso no aprovechó usted para mirar?

 Paula sonrió mientras le pasaba la toalla por el pecho y los brazos con cuidado para no hacerle daño en las heridas.

—Por supuesto que no —contestó—. Habría sido una falta de profesionalidad por mi parte.

—Pero por no hacerlo, da usted por supuesto algo que no es.

—Yo no sé si es o no es —bromeó Paula.

—Si quieres, te lo enseño. Así podrás opinar sabiendo lo que hay. ¿Qué te parece?

—No.

—Piénsatelo bien. no hace falta que me contestes tan rápido —dijo Pedro mientras Paula le enjabonaba la espalda.

—No tengo nada que pensar. Estás intentando provocarme y no voy a entrar al trapo -contestó , enjabonándole las piernas-. Todo tuyo- añadió pasándole la toalla tras habérselas enjuagado. Y, dicho aquello, se giro, salió del baño y cerró la puerta.

Pedro  suspiró. Iba a tener que esperar al día siguiente para disfrutar de nuevo de aquellos momentos maravillosos.


—¿Mami?

Paula se giró y se quedó mirando a su hija, que era una niña realmente guapa, rubia, de pelo liso y enormes ojos azules enmarcados por unas pequeñas gafas. Aunque no tenían mucho dinero, estaban juntas y, gracias al hijo de Simón, su hija había recuperado la vista. Habían pasado cinco días desde que se había enterado de la extraordinaria coincidencia y le costaba aceptar el hecho de que su hija viera gracias a la muerte de otro niño.

—Dime, Sofi —le dijo emocionada mientras les daba la vuelta a las tortitas.

—¿Podríamos hacer un día de pijama?

En las escasas ocasiones en las que tenían oportunidad de estar juntas sin nada que hacer, Sofía  siempre preguntaba lo mismo. Era algo que su madre había inventado después del trasplante para intentar convencerla de que tenía que permanecer en reposo y consistía en estar todo el día en pijama, vagueando en la cama, leyendo y contándose cuentos, comiendo y riendo.

Paula había conseguido que le gustara casi tanto como ir al parque, algo que no podía hacer teniendo en cuenta la poca movilidad que tenía después del trasplante. Al pensar en aquella época, no pudo evitar pensar que había sido una pesadilla. Para ellas ya había pasado, pero Pedro seguía viviéndola.

—No me has dejado ir al colegio —le recordó la niña—. Yo quería ir.

— Si por tí fuera, irías los siete días de la semana.

—Me gusta —sonrió Sofía—, pero también me gusta que te quedes en casa.

Paula había llamado a su jefa para que mandaran una sustituía a casa de Pedro, ya que Sofía había pasado muy mala noche porque estaba resfriada y su madre había decidido no mandarla al colegio aquel día. Quedarse con ella en casa resultaba muy apetecible, y además, así se libraba de tener que lavarlo, que parecía encantado con el ritual y no lo perdonaba ni un solo día.

—Por favor, mamá, hace muchísimo tiempo que no hacemos un día del pijama.

—Tienes razón —contestó Paula—. Hoy va a ser nuestro día del pijama.

—¡Bien! —exclamó Sofía encantada—. ¿Puedo tomar tortitas Mickey Mouse?

—Por supuesto, cualquier día del pijama que se precie empieza con unas buenas tortitas Mickey Mouse —contestó su madre—. ¿Por qué no eliges una película que te apetezca y te metes en la cama? Yo voy con el desayuno ahora mismo.

—Yupi —dijo Sofía saltando de la silla y dirigiéndose al salón.

Mientras oía cómo su hija rebuscaba entre las películas, formó una cara de ratón con tres tortitas utilizando dos como orejas, fresas como ojos y nata montada para el hocico y la boca. A continuación, exprimió dos buenos vasos de zumo de naranja, lo colocó todo en una bandeja y se dirigió a su dormitorio, donde ya la esperaba su hija. Sofía estaba tumbada en mitad de su enorme cama, con la espalda apoyada en los almohadones y el mando de la televisión y del vídeo al lado.

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