lunes, 6 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 2

- Sigue usted en el mundo de los vivos – le confirmó la enfermera.

 - ¿Dónde estoy?

 - En la sala de urgencia del hospital Saint Joseph’s – contestó Paula – La próxima vez que quiera emular usted a Evel Knievel, le sugiero que se ponga casco. ¿Acaso no sabe que los motociclistas tienen que llevar casco?

Si lo hubiera llevado,  no se habría hecho ese inmenso chichón en la cabeza.  Pedro levantó el brazo lentamente y se tocó la cabeza. Decididamente , tenía un buen chichón.

 - ¿Cómo se llama?

 - Me llamo Paula Chaves. ¿Y usted?

 -Pedro Alfonso.

- Bien. ¿Y sabe que día es hoy?

Pedro se quedó pensativo un instante. Cuando recordó qué día era, sintió un tremendo dolor y aquella vez no fue fisico.

 - Sí, lo sé  - ¿Recuerda lo que ha ocurrido?

- No – contestó, negando con la cabeza y arrepintiéndose al instante de haberla movido.

  - No le he dicho que no se moviera porque me parecía obvio – bromeó Paula  mirándolo con pena.

Lo último que Pedro quería era inspirar compasión.  A continuación, ella corrió una cortina y se quedaron a solas.  La última vez que él habían estado allí había sido espantoso. Por lo visto, había tenido suerte y aquella noche no habían muchas urgencias.  Bien, así le darían el alta cuanto antes.

- Por lo que  me han contado los médicos que lo recogieron, cayó usted al suelo de repente.

- Si, la carretera estaba mojada y se me fue la moto.

- Desde luego, al final va ser cierto que los californianos no saben conducir con lluvia.

 - ¿Me va a echar la bronca?

- No, sólo le voy a aconsejar que conduzca más despacio.

 - ¿Con lo que me gusta caerme al suelo y resbalar? – bromeó Pedro.

- Claro, ¿En qué estaría yo pensando?

A pesar de que a Pedro le dolía  todo el cuerpo, tuvo que admitir que aquella mujer era de las de “al pan, pan y al vino, vino”.

 - Me parece que me he dado unos cuantos golpes – comentó.

- Lo cierto es que tiene unas cuantas heridas un poco feas – contesto Paula.

 - ¿Mortales?

- Por cómo lo ha dicho, cualquier diría que le gustaría que así fuera – contestó Paula, frunciendo el ceño.

Pedro se encogió de hombros.

- Lo único que quiero saber es cuándo me voy a poder marchar – comentó mientras pensaba que aquella mujer era realmente guapa.  Si podía pensar en eso, no debía estar tan mal.

-¿Quiere que llamemos a alguien para decirle que está usted aquí?¿Tal vez a su esposa?

Pedro sintió una punzada de dolor en el pecho.

 - No

 -¿Algún amigo o hermano?

- Mi hermano vive en Phoenix. Como no me ha muerto, no hay razón para llamarlo. Ni a él ni a nadie. Excepto al médico porque me quiero ir.

- Voy a informar al doctor de que está usted  despierto. Vendrá a verlo cuando pueda.

 - ¿Y no me puede usted decir lo qué me pasa?

- No para eso esta el doctor

 - ¿Y donde está? ¿Jugando a algo?

 -Tras evaluar sus constantes vitales, ha encargado que le hagan análisis y rayos X. Mientras espera que le den los resultados, esta viendo al otro herido.

- ¿Hay otro herido? – preguntó Pedro preocupado - ¿No habré atropellado a alguien?

  - Que yo sepa, no – contestó Paula –. Es un paciente que está mucho peor que usted. Tiene pocas posibilidades.

 - Supongo que eso quiere decir que yo sobreviviré.

  - Parece decepcionado.

 Y, tal vez, lo estuviera. Aunque aquella mujer parecía un ángel, no lo debía ser, pero, ¿Cómo sabía uno cuando tenía ante sí a un ángel?  En cualquier caso,  ya no creía en los ángeles, no  desde Marcos…  Sintiéndose repentinamente exhausto, cerró los ojos.

 - No se duerma, bella durmiente – le dijo Paula -. Señor Alfonso  ¿Me oye? – añadió dándole unas cuantas palmaditas en la cara y apretándole la mano.

 Era de los pocos sitios donde no tenía abrasiones. Paula  se preguntó qué clase de idiota se protegía las manos con guantes de cuero y no la cabeza.

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