viernes, 3 de febrero de 2017

Destinados: Capítulo 59

De inmediato, Paula se dió cuenta de que algo iba mal. Pedro no se quitó el sombrero. Ella lo miró.

—¿Tienes que salir?

—Me temo que sí y no sé cuánto tardaré. Hay mucha comida en la nevera.

—¿Adonde vas? —preguntó Nico, con aspecto de estar destrozado.

—He recibido todos los informes sobre el terremoto —explicó, y se acuclilló delante de él—. Una piedra muy grande se ha caído en North Dome. No creemos que hubiera nadie por allí pero, como precaución, tengo que ir para echar un vistazo. No está lejos.

Nico lo miró con atención.

—¿Crees que la roca ha podido caer encima de alguien?

—Espero que no —respondió, con expresión grave. Abrazó al niño con fuerza antes de separarse y miró a Paula—. Quiero que se queden a dormir aquí esta noche, por si hay más temblores. Hay sitio para todos.

—¡Hurra! —exclamó Nico, emocionado—. ¡Vuelve pronto!

—Sabes que lo haré —dijo Pedro y le chocó la palma de la mano. Posó la mirada en Paula—. Te llamaré.

—Estaremos bien. Ten cuidado —le rogó ella, incapaz de ocultar su ansiedad.

—Lo mismo iba a decirte a tí—repuso él, mirándola a los ojos.

 Segundos después,  se fue. Cuando oyeron el ruido del motor del coche, Nico suspiró.

—Me gustaría que no se fuera.

 —Y a mí, pero su trabajo es así —explicó Paula y dejó el bolso sobre la mesa—. Prepararé la cena. ¿Por qué no vas a buscar el baño y te lavas las manos?

Cuando Nico hubo salido de la cocina, Paula hizo una rápida llamada a sus padres para hacerles saber que se encontraban bien. La noticia del terremoto estaría en todos los telediarios. Después de colgar, examinó el contenido de la nevera. Además de un montón de zarzaparrilla, encontró perritos calientes congelados. A Nico le encantaban. Y a ella, también. Sobre el mostrador, había un frutero con manzanas y melocotones. Mientras metía los perritos en el microondas, Nico  entró en la cocina.

 —¡Mira! ¡Ésta es Karen! —dijo el niño, tendiéndole una fotografía enmarcada.

—¿Có-cómo sabes que es su esposa? —preguntó ella con voz temblorosa.

—Porque me enseñó una foto que llevaba en la cartera.

Todavía llevaba su foto a todas partes, se dijo Paula, desesperanzada.

—¿No quieres verla?

No. Pero la curiosidad ganó y  fijó su atención en la fotografía. Era una mujer pelirroja muy guapa. De la imagen, se desprendía que había sido una persona divertida y con mucha personalidad. Pudo entender por qué Pedro no había podido superarlo.

—Déjala en su sitio, por favor, tesoro, y ven a comer.

—Bien.

Con manos temblorosas, Paula cortó la fruta. Cuando los perritos calientes estuvieron preparados, los sirvió en dos platos y los llevó a la mesa.

—¡He encontrado a Lobezno! ¡Adivina dónde estaba!

—No puedo ni imaginarlo.

 —Junto al mando a distancia, en el salón.

—Apuesto a que Pedro sabía que Lobezno te echaba de menos y lo ha sacado para que lo veas. ¿Por qué no se sientan los dos a cenar?

 —De acuerdo. Pero a Lobezno no le gusta la comida que comemos nosotros.

—¿Y de qué vive?

—Come unas píldoras especiales.

—Vaya, eso no me parece muy divertido. Qué pena que no pueda saber lo rico que está un perrito caliente.

—Qué tonta, mamá —dijo Nico, riendo—. Quiero decir, Pau.

—No pasa nada —repuso ella, emocionada—. Puedes llamarme mamá si quieres.

—¿Crees que mi mamá se enfadaría si te llamara así? —preguntó Nico con expresión grave.

—No, ella sabe lo mucho que me gustaría ser tu mamá —afirmó Paula con ojos llorosos.

—¿Te gustaría?

—Sí —contestó ella y tragó saliva—. Te quiero como si fueras mi hijo.

—Yo también te quiero. Le conté a Pepe que quería llamarte mamá.

—Me gustaría que me llamaras así siempre que quieras.

Mientras cenaban los dos en casa de Pedro, ella descubrió que la escena le estaba gustando demasiado. Era como jugar a las familias. Cuando era pequeña, solía jugar a eso durante horas con su vecina. Siempre había una mamá y un niño que esperaban en casa a que el papá volviera del trabajo. Pero  nunca había jugado a ser la esposa de un guardabosques. Aquello era distinto. El papá no regresaba a casa a las cinco de la tarde, ni llevaba traje y corbata. En ese caso, la mamá tendría que esperar con el corazón en un puño, sin saber cuándo iba a regresar su esposo ni cuándo iba a tener que volver a irse.

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