lunes, 20 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 33

—Quítate la camiseta —le pidió.

Paula le dedicó una sonrisa llena de erotismo, pero no se movió.

— Pedro te dice que te quites la camiseta.

Ella  se sacó la camiseta, quedando ante él prácticamente desnuda, pues sólo llevaba un minúsculo sujetador de encaje blanco. A Pedro le pareció que no había visto nunca nada más bonito. Se acercó a ella y le desabrochó el sujetador. A continuación, dió un paso atrás y admiró su cuerpo. Paula tenía un cuerpo perfecto, femenino y maravilloso, que él se moría por explorar.

—A Pedro le parece que llevas todavía demasiada ropa.

Paula  sonrió.

—Paula dice que tú primero.

 — Así no se juega — sonrió Pedro.

—Nuevas normas.

—Está bien, soy un hombre fácil.

Y dicho aquello, se quitó los pantalones y los calzoncillos. Paula se quitó los zapatos y comenzó a desnudarse también, pero Pedro se lo impidió. Quería desnudarla él.

—Eres preciosa —le dijo sinceramente cuando hubo terminado.

—Gracias.

Pedro  se sentó en el borde de la cama y le abrió los brazos y Paula no se lo pensó dos veces. Cuando su espalda entró en contacto con las sábanas, que estaban frías, se estremeció.

—Parece que las guardas en el congelador, hombre —dijo imitándolo.

—Para eso estoy yo aquí, para calentarte —le aseguró él  con voz sensual—. Cierra los ojos.

Paula enarcó una ceja.

—Pedro dice que cierres los ojos —sonrió él.

Paula volvió a estremecerse, pero de anticipación aquella vez. La atracción que sentía por aquel hombre era demasiado intensa como para intentar controlarla, así que hizo lo que le pedía y cerró los ojos. A continuación, sintió sus labios en los párpados, en la naríz, en las mejillas y en la boca al mismo tiempo que sentía sus manos en la tripa, en los pechos... Cuando Pedro le acarició los pezones, sintió tal descarga eléctrica que abrió los ojos.

—Pedro dice que cierres los ojos.

—Pero...

— Pedro dice que no discutas.

Paula volvió a cerrar los ojos y se dijo que para qué discutir cuando aquello era maravilloso. Como si le hubiera leído el pensamiento, Pedro siguió acariciándola. El escote, el cuello, el lóbulo de la oreja. Sintió que la respiración se le aceleraba. Quería que la tocara por todas partes. De nuevo como si le leyera el pensamiento, Pedro  deslizó la mano por su abdomen, le separó las piernas y llegó al centro de su feminidad. Ella no pude evitar gemir de placer. Pedro siguió acariciándola hasta que sintió que se le tensaba el cuerpo entero y, entonces, vió fuegos artificiales y se apretó contra su mano con todas sus fuerzas.

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