viernes, 24 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 43

Paula sabía que su hija tenía tantas ganas como ella de tener una familia, pero no le parecía buena idea que se encariñara con Pedro porque temía que, en cuanto le contara que su hija llevaba las corneas de su hijo, y lo tendría que hacer tarde o temprano. No querría volver a saber nada de ellas. Paula los siguió escaleras abajo hacia el garaje.

—¿Que necesitamos? —preguntó su hija.

—Lo primero, una nevera para llevamos algo de comer y beber —contestó Pedro.

—A mí me gustan mucho los zumos —sonrió la niña.

—Me lo imaginaba —sonrió él.

 Sin embargo, Paula se dió cuenta de que había dolor en sus ojos y se preguntó si todo aquello sería de verdad una buena idea. No quería ni imaginarse lo que Pedro estaba sufriendo en aquellos momentos, relacionándose de nuevo con un niño pequeño. Al instante, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y que se le formaba un nudo en la garganta.

—Muy bien —dijo Pedro soltando aire—. Tenemos muchas cosas que hacer, así que manos a la obra.

—Vamos allá —lo secundó Sofía.

Paula se quedó mirándolo mientras Pedro bajaba la nevera portátil de una estantería. Los vaqueros desgastados que llevaba y la sencilla camiseta de algodón se ajustaban a su cuerpo y marcaban sus maravillosos músculos.

—Estás muy callada —comentó él dejando la nevera en el suelo—. ¿Te pasa algo?

—No —mintió —. Simplemente, estaba censando que te apañas muy bien. No creo que te vaya a quedar ninguna secuela de las heridas.

—Es una pena porque a las chicas les encantan las cicatrices.

Paula sonrió.

—Sí, eso ya me lo dijiste en urgencias. ¿Lo sabes por experiencia?

¿Estaba celosa?

—¿Acaso a tí no te gusta Harrison Ford? —preguntó Pedro.

—¿A quién en su sano juicio no le gusta Harrison Ford? —sonrió Paula.

—¿Y no tiene él una cicatriz en la barbilla?

—La tiene.

—¿Lo ves?

—La verdad es que no me refería a las cicatrices de la cara cuando te he dicho qué tal te encontraba sino, más bien, a la pierna.

—Cada día la tengo mejor, aunque todavía  me duele un poco. Por eso he ido a ver al médico.

—¿De verdad? —exclamó ella sorprendida. mirando su hija.

Sofía estaba completamente concentrada, explorando, sacando juguetes de plástico de una gran bolsa y no parecía muy interesada en la conversación de los adultos.

—Sí —contestó Pedro—. He ido al traumatólogo para la recuperación y ya estoy yendo al físioterapeuta.

Aquello era maravilloso, un gran paso. No hacía ni dos semanas que Pedro había pedido el alta voluntaria en el hospital y ahora había ido de motus propio a ver a un especialista para curarse. Aquello le pareció a ella la señal inequívoca de que él  estaba cada vez mejor. Tal vez, había llegado el momento de contárselo todo. Pronto.

—Mamá, mira lo que he encontrado —dijo Sofía  muy sonriente—. Es una caña de pescar y es de mi tamaño.

Paula sintió que el corazón le daba un vuelco. Obviamente, era del hijo de Pedro.

—Sofi, deja eso en su sitio —le dijo a la niña corriendo hacia ella—. No se tocan las cosas que no son nuestras.

—Perdón —se disculpó la niña—. Pepe, ¿Por qué tienes una caña de pescar tan pequeña?

Paula tragó saliva. Definitivamente, todo aquello no había sido una buena idea.

—Era de mi hijo Marcos —le explicó Pedro a la niña.

—¿Tienes un hijo?

—Sofi, no preguntes...

Pedro miró a Paula a los ojos y negó con la cabeza.

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