viernes, 17 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 23

-Me encanta eso de «Pedro dice que». Parece ser que surte efecto porque te has puesto. ¿Harías cualquier cosa si te dijera «Pedro dice que»?

Por cómo lo había dicho, en un tono tan seductor, Paula se encontró pensando en una cama y sábanas revueltas y, al instante, sintió que el deseo sexual que había permanecido oculto bajo llave durante tanto tiempo salía a la luz.

—¿Te vas a volver a saltar las normas?

—¿Te has enfadado, mamá? —dijo Sofía mirándola preocupada—. Parece simpático.

Paula miró a su hija. Efectivamente, Pedro era un hombre muy simpático, pero no les convenía a ninguna de las dos.

—Es un paciente de mamá —le explicó a la niña.

—Ah —contestó Sofía—. ¿Y qué le pasa?

—No le digas que estoy loco o algo así —intervino Pedro.

—No le iba decir eso —le aseguró—. Pedro ha tenido un accidente, se ha hecho daño en la pierna y lleva muletas.

—Pues le voy a hacer un dibujo para que se ponga bien —contestó la niña.

—Buena idea, cariño —dijo Paula mientras la niña salía corriendo a su habitación—. ¿Cómo has conseguido el número de mi casa?

—Gracias a mis encantos personales —contestó Pedro—. Sólo he tenido que llamar a información y pedirlo.

—Se supone que no estoy en la guía.

—Pues a mí me han dado tu número sin ningún problema.

Aunque Paula debería estar enfadada con la compañía telefónica por el error, lo cierto era que se encontró sonriendo. Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de que lo echaba de menos.

—¿Así que tu hija está enferma?

—No intentes distraerme. Estoy enfadada contigo.

—No lo estás. ¿Qué le pasa?

Paula se dió por vencida y suspiró.

—Está un poco resfriada —respondió—. ¿Qué quieres?

—Quería saber por qué me has mandado al monstruo del lago Ness. Esa enfermera me ha destrozado la pierna.

—¿No estás exagerando un poco?

—Posiblemente —admitió —. Sólo llamaba para ver qué tal estás.

—Ya, no te hagas el inocente conmigo, sé perfectamente que has llamado para ver si podía ir a tu casa mañana.

—¿Vas a venir? —preguntó,  expectante.

—Sí, mi madre vuelve esta noche de viaje, así que, aunque la niña esté resfriada todavía mañana, iré a tu casa. Muy amable por tu parte por preocuparte por mí.

—Soy muchas cosas, pero no soy amable, te lo aseguro. Más bien egoísta.

—¿Por qué dices eso? Al fin y al cabo, quieres que vuelva.

—Sí, pero es por eso que dicen de que «mejor malo conocido que bueno por conocer».

—Vaya, hombre, y yo que pensaba que empezabas a preocuparte por mí.

—Tu problema es que piensas demasiado. Te tengo que dejar —anunció Pedro hablando con otra persona—. Sólo dos cosas.

—Dime.

—Si no tienes con quién dejar a tu hija, te la puedes traer aquí.

Paula se quedó escuchando sorprendida. ¿De verdad se había abierto tanto Pedro Alfonso como para dejar a un niño entrar en su casa?

 —¿Y la otra?

—Yo también quiero un día del pijama —contestó.

 —Pero si tú no duermes con pijama —le recordó ella.

—Ya lo sé. pero podemos leer, ver películas y contarnos cuentos en la cama —contestó Pedro divertido.

Y, antes de que a ella le diera tiempo de contestar, colgó. Paula se quedó mirando el auricular y se dió cuenta de que Pedro le gustaba cada vez más. ¿Y qué iba a hacer para controlarlo? El corazón le latía aceleradamente, las palmas de la mano le sudaban y se sentía mareada. Sus hormonas femeninas estaban revolucionadas. Lo cierto era que hacía mucho tiempo que no tenía una relación con un hombre porque no había conocido a ninguno que mereciera la pena. Y entonces, de repente, había aparecido él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario