viernes, 24 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 46

Aquello le dolió y se dijo que tenía que demostrarle que no tenía nada que ver con el canalla que las había abandonado, que jamás haría nada que pudiera hacerles daño.

—¿Cuáles son las buenas noticias? —preguntó Sofía.

—He encontrado un trabajo —anunció Pedro.

—Menos mal —suspiró la pequeña—. Ya no tendrás que vivir en una caja de cartón debajo de la autopista.

Aquello lo  hizo sonreír. Obviamente, una niña de cinco años no entendía lo que eran las acciones, las inversiones y los ahorros. Para ella, una persona que no tenía un sueldo mensual, era un mendigo. Entonces, comprendió que ese era el mensaje que ¡e había trasmitido su madre y entendió que, económicamente, lo tenían que haber pasado mal. Eso se había terminado.

 —¿Qué trabajo? —preguntó Paula.

—La empresa que compró Alfonso Electronics lleva insistiéndome mucho tiempo en que trabaje con ellos. Acaban de conseguir un gran contrató con la empresa aeroespacial y quieren que yo participe en el proyecto.

— Enhorabuena. —Gracias.

—Ya iba siendo hora de que dejaras de sentir lástima por tí mismo e hicieras algo productivo aparte de saturar las salas de urgencias de los hospitales.

—Vaya, ¿tan mal lo he hecho?

—Sí —sonrió Paula.

Ella tenía razón, había estado mucho tiempo en un túnel oscuro, pero ahora veía la luz, la luz era la sonrisa de Paula.

—¿No me vas invitar a quedarme?

—Qué directo, ¿No?

—Cuando quiero algo, lo digo claramente.

—Siempre y cuando sea comida...

—¿Y si no es sólo comida?

—Entonces, te has equivocado de lugar.

—Mamá, Pepe, miren lo que he hecho.

 «Salvada por la campana», pensó Paula.

—Quítate la cazadora —le indicó la pequeña—.Dentro de casa hay que quitarse el abrigo.

Pedro miró a Paula, que suspiró y asintió. «Uno a cero», pensó. Más bien, dos a cero porque el día de Acción de Gracias también lo iba a pasar con ellas.

Paula miró a su familia, congregada alrededor de la mesa del comedor, y se preguntó cómo era posible sentirse inmensamente felíz y horriblemente nerviosa al mismo tiempo. La respuesta era muy sencilla: Pedro. Su madre estaba sentada en una cabecera y su padre en la otra, dispuesto a trinchar el pavo, Delfina estaba entre Gonzalo y Mauro, su prometido. Enfrente, estaban Pedro, Sofía y Paula. Ésta había hablado muy seriamente con toda su familia y les había dejado muy claro que no hablaran de la operación de ojos de Sofía, pero cabía la posibilidad de que alguien, sin querer, hiciera alguna alusión.  No era así como quería que Pedro se enterara de la verdad, pero no se le había ocurrido ninguna manera diplomática de decirle que la invitación para comer con ellos quedaba anulada y, ahora que lo veía con su familia, se alegraba de no haberlo hecho porque, de alguna extraña manera, parecía estar en su lugar.

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