domingo, 5 de febrero de 2017

Destinados: Capítulo 63

—¿Alguna noticia?

—Todavía, no, pero todos los guardabosques están alertados. Bébete el café. Marcela siempre le pone mucho azúcar. Lo necesitas.

Paula estaba demasiado pálida, observó él alarmado.

 —No sé qué hacer. Pensé que el doctor Karsh me había dado un buen consejo, pero ya no… ¡Si le pasara algo, no podría soportarlo! ¡No podría! —exclamó ella, agonizante.

Tampoco él podría soportarlo, se dijo.

—No va a pasarle nada. Lo que tenemos que hacer es decidir qué vas a decirle cuando lo encontremos. Es obvio que para él no basta con pasar las próximas vacaciones aquí en primavera. Si te soy sincero, tampoco a mí me basta. Quiero a ese niño con todo mi corazón.

—Pues ya somos dos —señaló ella, sollozando.

Paula empezó a temblar. Temiendo que entrara en estado de shock, Pedro sacó una manta del armario, con la idea de envolverla en ella. Entonces fue cuando vió una delatora lata de zarzaparrilla abierta en el suelo, junto a sus botas de goma. Contuvo la respiración y apartó el largo impermeable amarillo que había colgado sobre las botas. Detrás, encontró lo más bonito del mundo. Dos ojos de color avellana se quedaron mirándolo con ansiedad, como si temieran su reacción.

—Hola, campeón —dijo , acuclillándose.

Paula soltó un grito sofocado y corrió a su lado.

—Hola —dijo Nico, mirando a Paula—. ¿Están enfadados conmigo? — preguntó en voz baja.

—No —respondió Pedro—. ¿Quieres contarnos por qué te escondías?

—Porque Pau me dijo que nos iríamos a casa pasado mañana. Yo no quiero irme. Quiero vivir aquí.

—¿Te importa decirme cómo entraste en mi despacho sin que nadie te viera, campeón?

—Esperé en la parte trasera del edificio hasta que uno de los guardabosques abrió la puerta para entrar. Me colé detrás de él sin que se diera cuenta.

—Muy ingenioso. Serías un buen guardabosques.

—¡Quiero ser uno! Cuando nadie miraba, corrí a tu despacho y me escondí aquí. ¿Te molesta que tomara una zarzaparrilla de la nevera? Tenía sed.

Pedro rió con alegría. ¡Gracias a la zarzaparrilla lo habían encontrado! Si no, quién sabía cuánto tiempo podría haber seguido Nico agazapado allí.

—La compré para tí. Todo lo que hay en mi nevera es tuyo. Ven aquí, hijo.

El niño lo abrazó y el guardabosques se puso en pie, levantandolo  en sus brazos. Miró a Paula, que estaba empezando a recuperar el color. Le tendió los brazos a su tía. Los tres se estaban abrazando cuando Marcela entró en el despacho.

La secretaria se los quedó mirando con ojos como platos.

 —¿De dónde has salido, jovencito?

—Estaba en el armario —contestó Nico.

—¿Quieres decir que has estado ahí todo el tiempo mientras todos te buscaban?

—Sí.

—Bueno, bien está lo que bien acaba.

 —Eso es —señaló Pedro—. Marcela, ¿Puedes llamar a Matías para decirle que cese la búsqueda?

Al instante,  centró su atención en las dos personas más importantes para él.

—¿Sabes qué, campeón? No he cenado todavía. Vayamos a casa. Podría comerme un caballo.

—¿Y un elefante?

Pedro salió al pasillo, aún con el niño en brazos.

—Podría comerme un gorila.

—¿Y un oso?

Paula se adelantó y les abrió la puerta de la calle.

—Lo siento, chicos, pero sólo nos quedan perritos calientes.

—Yo me he comido dos para cenar, mamá —dijo Nico con voz somnolienta. Empezó a dormirse en el hombro de Pedro.

Una hora después, cuando Nico se hubo dormido en el cuarto de invitados, Pedro acompañó a Paula al salón.

—¿Te llama mamá a menudo?

—Esta noche ha sido la primera vez. Me encanta.

—Claro que sí.

—Pedro, estamos agotados. Ve a la cama y hablaremos por la mañana —sugirió ella y se tapó con una fina manta. No se sentía capaz de seguir teniéndolo tan cerca.

—Eso voy a hacer. Vamos a necesitar descansar para la excursión que he planeado para mañana.

—Gracias por encontrarlo —dijo ella, mirándolo a los ojos.

Él le acarició la mejilla.

—Nico  habría salido de su escondite antes o después.

—Menos mal que no tardó mucho. Y fue gracias a tí. Buenas noches.

—Buenas noches.

Pedro  salió del salón con una sensación de plenitud que no había experimentado durante años. Todos sus seres amados estaban bajo su techo esa noche.

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