miércoles, 15 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 17

—Y a mí me gustabas más cuando estabas inconsciente —le espetó Paula.

 Se quedaron mirando a los ojos y, de repente, Pedro sonrió.

 —Menos mal. Paula ha vuelto.

—Nunca se ha ido.

—Me habías engañado.

—Engañarte a tí es tan fácil como quitarle un caramelo a un niño —contestó,  forzándose a mirarlo a los ojos.

Estaba segura de que, si Pedro se enteraba de que conocía su secreto y se lo estaba ocultando, no se lo tomaría bien. En cualquier caso, su misión ahora era ayudarlo a que se recuperara de sus lesiones físicas y, si él quería, ayudarlo a sanar también emocionalmente. No era una misión fácil, pero tenía que intertarlo. Para que saliera bien, tenía que averiguar cómo engañarlo, aunque se sintiera mal por hacerlo. Eso quería decir que tenía que seguir siendo descarada con él para ocultarle la verdad.

— Si estuviera inconsciente, me perdería esto, que es muy divertido.

Paula enarcó una ceja.

—Si tú lo dices. No creo que al común de los humanos se lo pareciera.

—Yo no soy como los demás.

—Me alegro de que te parezca divertido porque tengo que seguir, así que no te muevas —le dijo limpiándole la herida alrededor de las grapas, poniéndole pomada antibiótica y volviéndole a vendar el hombro.

—¿Te has dado cuenta de que me dices que no me mueva siempre que no quieres que sigamos hablando de algo?

—Te digo que no te muevas para poder vendarte correctamente. Por si no te has dado cuenta, es muy difícil vendar a un paciente que no para de moverse. Toma —le dijo pasándole la taza de café—. Ya se ha enfriado. Mientras termino, cuéntame por qué no eres como los demás.

Paula sabía perfectamente por qué lo decía, pero tenía que intentar que fuera él quien se lo contara, que se abriera.

 —Por nada —contestó Pedro.

 —Eso no es justo. Has empezado a hablar del tema y ahora no puedes dejarlo.

—Estamos en mi casa, así que puedo hacer lo que me dé la gana —se defendió él.  

Ella no pudo evitar sonreír. Aquel hombre era como un niño.


—¿De qué te ríes? —quiso saber Pedro mientras se tomaban el café.

—De tí —contestó Paula—. Estoy intentando entablar una conversación y tú te empeñas en ponerme un muro delante.

—¿Y?

—Me gusta conocer a mis pacientes. Tu querías que yo fuera tu enfermera, aquí estoy y esa es mi manera de ser.

—Ya.

—Como tú muy bien acabas de decir, estamos en tu casa, pero veo que no tienes fotografías.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Cómo has dicho que no eras como los demás, te doy la razón. La mayoría de la gente tiene fotografías de su familia puestas por la casa y aquí no veo ninguna —le explicó Paula mirando por el salón—. ¿A qué se debe?

—¿Si te digo «no te muevas» cambias de tema?

Ella  negó con la cabeza.

—¿Has nacido por generación espontánea?

Pedro enarcó una ceja.

—¿Tienes algún tipo de familiar aparte del hermano que vive en Phoenix?

—¿Cómo sabes que tengo un hermano en Phoenix?

 —Me lo dijiste tú anoche.

—Ah, sí. La respuesta es sí. También tengo padres y también viven en Phoenix —contestó,  entregándole la taza vacía.

—Habíame de ellos.

—Si sigues así, vas a conseguir que te dé algo más que un beso —le advirtió.

—Si quieres que me vaya, ¿Por qué no me lo dices?

—Si te lo dijera, ¿Te irías?

—No.

—Y si te pidiera que dejaras de hacerme preguntas personales, ¿Lo harías?

A Paula le habría encantado no tener que hacerle preguntas personales porque aquel hombre estaba comenzando a gustarle de verdad, y cuanto más supiera de él iba a ser peor. Sería una estupidez por su parte enamorarse de un hombre que estaba sufriendo tanto que no quería vivir. Aunque Juana tuviera razón y pudiera hacer que se abriera, aquel hombre no era para ella, ya que la increíble coincidencia que los unía no permitía que entre ellos hubiera una relación. Lo único que podía hacer era ayudarlo sin involucrarse sentimentalmente.

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