domingo, 5 de febrero de 2017

Destinados: Capítulo 66

Pedro se dirigía a la cabaña donde estaban las celdas de detención cuando Matías lo alcanzó.

—Siento haber estropeado tu excursión con Paula, pero Leonardo y yo queríamos que vieras a los cuatro tipos que atrapamos con tus cosas.

—¿Han recuperado todo?

Matías asintió.

—¿Lo han estropeado?

—No.

—Me alegro. Pretendo regalarle a Nico la caña que me regaló mi abuelo. ¿Dónde los atraparon?

—En la zona donde encontraste las primeras plantas de marihuana. Cuando les pedí sus licencias para pescar, no las tenían. Examiné su equipo y reconocí tu cesta de aparejos para pescar.

—Has hecho un trabajo excelente. Los has detenido antes de que pudieran destruir mis cosas.

Matías miró el dedo sin anillo de su amigo y sonrió.

—Te hablaré de eso después —se adelantó a explicar Pedro.

—Eso espero. Ya está bien de malas noticias. Antes de que los federales lleguen, entra a ver si puedes identificar a alguno de esos tipos. Si es así, seguramente podremos añadir más tiempo de cárcel a la sentencia.

—¿Crees que los he visto antes?

—No lo sé. Mientras los esposábamos, uno de ellos le dijo algo a su compañero sobre que se alegraba de que el guardabosques jefe no estuviera allí para reconocerlos.

—Qué interesante. Echaré un vistazo.

 Ricardo abrió la cerradura para que Pedro pudiera entrar en la zona de las celdas. Había cuatro tipos repartidos en dos celdas. Eran los mismos que había echado de la piscina hacía unas semanas. En aquella ocasión,  había asumido que eran estudiantes que habían bebido demasiado. Sin embargo, eran criminales que trabajaban en la plantación de marihuana. Se alegró de que estuvieran entre rejas.

—Bingo —le dijo a Matías, una vez fuera.

Le habló del incidente en la piscina y, después, redactó y firmó su informe.

—Llama al socorrista de la piscina para que haga su declaración. También él los identificará.

—Excelente —repuso Matías miró a su amigo a los ojos—. Pareces diferente.

—Esta tarde le he dicho que estoy enamorado de ella.

—¿Y? —quiso saber su amigo, sonriendo de oreja a oreja.

—Ella también está enamorada de mí —confesó,, pletórico.

—No tenía ninguna duda. Después de quitarte el anillo, supongo que todo fue coser y cantar. Me alegro por tí. Los tres están hechos para estar juntos.

 —Algún día, te pasará lo mismo a tí.

—Vayamos poco a poco, ¿No te parece? Espero que, algún día, Nico sea tu hijo legalmente. Así, tal vez, puede que su tío Matías acabe gustándole. Ahora vete a casa con tu familia. Te veo luego, cara de huevo.

Pedro rió. Se metió en el coche y pisó el acelerador a fondo para salir de allí. Al llegar a casa, Nico corrió hacia él para saludarlo. Aquello era una nueva experiencia para el guardabosques, algo con lo que siempre había soñado, a pesar de que había creído que nunca podría tener hijos. Los dos se abrazaron.

—Entra. Hemos hecho una cena estupenda —dijo el niño.

—No puedo esperar. ¿Qué es?

 —Perritos calientes y macedonia de frutas.

—Perfecto. ¿Sabes qué? He recuperado nuestro equipo de pesca. Mañana iremos a probar las moscas que me regalaste.

—¡Hurra!

Al ver a su deliciosa Paula en la cocina, Pedro se derritió, rebosante de alegría. Tras ducharse y cambiarse en un santiamén, se reunió con ellos en la mesa de la cocina. Paula lo miró mientras devoraba la comida.

—Nico dice que has recuperado tus cosas.

—El bueno de Matías. Siempre caza a los malos. Este parque no sería lo mismo sin él.

—¿Podemos jugar ahora? —preguntó Nico cuando se terminó la comida—. Pau ha traído un parchís.

—De acuerdo pero, primero, quiero hacerte una pregunta muy importante. Quiero que lo pienses bien antes de responder.

—¿Qué? —preguntó Nico con carita de preocupación.

—¿Qué te parecería si Pau y yo nos casáramos?

—Ah, eso. Me parece genial —dijo Nico enseguida, con expresión de felicidad.

—Pero ni siquiera lo has pensado.

—Sí, claro que sí. Cuando volvimos a casa, se lo dije a los abuelos.

Pedro miró a Paula, emocionado. Ella tenía los ojos brillantes.


—¿Serán mi nuevo papá y mi nueva mamá? —preguntó, observando a los dos.

—Sí —repuso Paula al fin—. Seremos tus nuevos padres.

—Te quiero, campeón. Daría cualquier cosa por ser tu papá —afirmó Pedro, lleno de amor.

—¡Yo quiero que lo seas! —exclamó el niño y se lanzó a sus brazos. Por encima de la cabecita rubia del niño, Pedro miró a Paula.

—¿Entonces, todos de acuerdo?

—Sí. Te amo, señor Alfonso. Quiero casarme contigo, no puedo esperar.

 Nico  soltó a Pedro y corrió al otro lado de la mesa para abrazar a su tía.

—¿Cuándo será la boda? ¿Mañana? —preguntó.

—Oh, no, tesoro —dijo ella, riendo y llorando a la vez—. Hay que preparar muchas cosas antes.

—Pero nos quedaremos aquí, ¿Verdad?

—Sí. Tendremos que hablarlo también con los abuelos.

—Me gustaría que ellos también vivieran aquí.

—Eso puede arreglarse —dijo Pedro y se puso en pie—. Ya sabes que tengo una casa en Oakhurst. Quizá puedas convencerlos para que vivan allí después de que tu abuelo se opere. Así, podrás visitarlos todo el tiempo.

—Y podrán quedarse en nuestra casa algunas veces —dijo Nico, con una sonrisa radiante.

—Pueden venir siempre que quieran.

 Pedro tomó a Paula entre sus brazos y se miraron a los ojos.

—Te amo. Tú sabes que esto es para siempre.

—Mucho mejor, porque quiero tener hijos contigo. Nico va a necesitar hermanitos.

—Lo que desees —contestó,  y la besó, deseando celebrar la noche de bodas en ese instante. Pero no era el momento ni el lugar—. Llamemos a tus padres.

Cuando  notó que Nico lo abrazaba por las piernas, comprendió, maravillado, el significado de la visión del jefe Sam.

«Después de diez primaveras, ayer encontramos tres polluelos de búho gris cerca de los confines del prado. Se te va a presentar una gran oportunidad que cambiará tu vida».




FIN

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