lunes, 13 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 15

—Sé que lo estás pasando muy mal, tanto física como...

—No —la interrumpió Pedro.

—¿Qué pasa?

—No quiero que sientas lástima por mí. Si es por eso por lo que has vuelto, ya puedes volver a irte. Seguro que hay un montón de gente ahí fuera deseando que sientas compasión por ellos, pero yo no soy así.

—Porque tú no necesitas a nadie.

—Exacto.

—Para que te quedes tranquilo, le oiré que no he vuelto por eso. He vuelto porque me he acordado de una de las primeras cosas que me enseñaron en la universidad. La verdad es que no sé cómo se me ha podido olvidar porque nos lo repetían continuamente.

—¿A qué te refieres?

 —A que nunca hay que hacer daño al paciente.

Pedro no pudo evitar reírse, algo que hacía mucho tiempo que no le sucedía.

—Siento decirte que me has hecho daño antes al limpiarme las heridas — bromeó.

—A veces, para ayudar a una persona, es imposible no hacerle algo de daño.

—Si lo dices por haberte ido de mi casa, no te preocupes, soy perfectamente capaz de arreglármelas yo solo.

—Estoy de acuerdo, pero necesitas guardar todas las energías que puedas parar curarte cuanto antes.

—Tienes razón —dijo Pedro al cabo de unos segundos.

—Entonces, ¿No me vas a volver a echar?

—¿Cómo quieres que lo haga? —contestó,  mirándose la pierna que tenía sobre la mesa.

 —No hace mucho que nos conocemos, pero tengo claro que eres un hombre de muchos recursos. En cualquier caso, lo de antes... ese beso ha sido demasiado evidente, no estaba a la altura de un hombre tan inteligente como tú. Cualquier idiota se puede poner a dar besos.

—Ya.

—Te van a hacer falta mucho más que besos para apartarme de mi trabajo y te advierto que tengo intención de quedarme en tu casa dos semanas, lo que cubre tu seguro médico. Si es que antes no nos hemos asesinado el uno al otro. Si de verdad te quieres deshacer de mí, vas a tener que idear algo más efectivo que besarme.

Pedro recordó aquellos labios que lo habían devuelto a la vida. Llevaba mucho tiempo sin desear a una mujer y lo cierto era que no quería desear a nadie, pero estaba muy débil y no tenía fuerzas para luchar contra sí mismo.

—Muy bien, me doy por advertido. Ahora, me toca a mí. Aunque estoy lesionado, tengo mucha más energía de la que tú te crees. ¿Estás segura de que quieres retarme quedándote en mi casa?

—Para tí es un reto, para mí mi responsabilidad como enfermera, así que me quiero quedar, sí.

—Entonces, me parece que no vamos a tener más remedio que llevamos bien.

—Eso parece.

En aquel momento Pedro sintió que le rugían las tripas.

—¿Dentro de esa responsabilidad tuya de proteger y servir al prójimo entra alimentarlo?

—Por supuesto —contestó Paula dirigiéndose a la cocina—. Y, después de comer, te voy a cambiar el vendaje del hombro.

—Eso ya me apetece menos.

Una vez en la cocina, abrió el frigorífico varias veces.

 —Lo que es todo un desafío es encontrar algo nutritivo en tu cocina — comentó al cabo de un rato—.Y ni se te ocurra venirme a contar las bondades de la cerveza.

—Ni se me había pasado por la cabeza comentártelo —mintió Pedro sonriendo.

— Ya verás como te hace menos gracia cuando te mueras de hambre. Esta pizza parece un trozo de cartón y la comida china un experimento del colegio. Me parece que me va a tocar ir a la compra.

—No creo que sea para tanto.

—Es para tanto —contestó Paula asomándose a la puerta—. Menos mal que hago milagros en la cocina.

Pedro se quedó adormilado oyendo las puertas de los armarios de la cocina que se abrían y se cerraban y el ruido de las cacerolas. Qué a gusto se sentía.

—Despierta, bella durmiente, el banquete te está esperando —le dijo Paula un rato después.

Pedro se quedó mirando la bandeja que ella había dejado sobre la mesa y se le hizo la boca agua.

 —Tiene buena pinta —comentó—. ¿Es tortilla francesa?

—Sí, ataca —contestó Paula.

No esperó a que se lo dijera dos veces y comenzó a dar buena cuenta de la tortilla de queso, champiñones y cebollino.

—¿Supongo que sería demasiado pedir un café?

—La cafetera está en el fuego —contestó Paula.

—Eres una maga —sonrió él, aspirando el aroma del café recién hecho.

—Muchas gracias, ya te dije que hago milagros y yo nunca miento.

A Pedro le pareció que al decir aquello, Paula hacía una mueca de disgusto, pero no le dió importancia.

—Voy a ver qué tal va el café —anunció volviendo a la cocina.

Para entonces,  Pedro ya se había dado cuenta de que se movía continuamente para no acercarse a él.

—¿Con leche y azúcar?

 —Solo.

—Menos mal, porque no hay ni leche ni azúcar — sonrió Paula pasándole la taza.

 Al hacerlo, se cuidó mucho de ni siquiera rozarle, y Pedro se dió cuenta de que eso que le había dicho de que el beso no le había afectado no era verdad. Lo cierto era que no quería nada con él. Seguramente porque no se fiaba. ¿De él o de ella? Decidió averiguarlo.


—El café está un poco caliente, así que, ¿Por qué no me miras las heridas? — propuso deseando que Paula se acercara a él—. Ahora que he comido, soy capaz de aguantar lo que sea.

Paula se preguntó si ella también sería capaz de aguantar. Pedro había estado en el infierno y todavía no había terminado de volver. La idea de hacerle año, aunque fuera sin querer, la preocupaba. Por eso, no era buena idea tener una relación personal con un paciente, y a ella jamás se le habría ocurrido tenerla si no hubiera sido porque Juana se lo hubiera pedido. Por eso, decidió guardar el secreto. En cualquier caso, él tenía razón. Tenía que impiarle las heridas y mirarle las grapas del hombro. Eso significaba que tenía que acercarse y tocarlo.Jamás tendría que haberle dicho que el beso no había significado nada. Parecía mentira que no conociera a los hombres como Pedro Alfonso, a los que les encantaba un buen reto. En adelante, tendría que tener cuidado con lo que le decía, porque no hacía falta darle mucha munición. Ya era pura dinamita.
—Muy bien, vamos allá —dijo,  acercándose a él.

Al hacerlo, vió que Pedro la miraba de una manera especial, y comprendió que estaba deseando que se acercara para demostrarle que le hacía perder la compostura. Esa era la única razón para explicar que estuviera tan contento de que le fuera a tocar las heridas. Normalmente, los pacientes que sufrían agresiones no querían ni que los miraran. Se dijo que ella también sabía jugar a aquel jueguecito, así que cortó la venda y decidió ver hasta dónde llegaba la partida.


1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos!!! Me encantó esta historia! Cuando se entere Pedro!

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