lunes, 6 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 5

Pedro  pensó que, al final, aquella gente iba a tener razón y el golpe que se había dado en la cabeza le había afectado el celebro porque ¿a santo de qué había dicho aquello?  Paula lo estaba mirando muy sorprendida. Obviamente, no le había gustado la idea. No había motivo de preocupación porque no tenía intención de llevarse ninguna enfermera a casa.  En cualquier caso, su reacción le provocaba curiosidad.

  - Me temo que el sistema de sanidad a domicilio no funciona así, señor Alfonso– le dijo apartándose.

- Ya le he dicho que me llame Pedro. ¿Y cómo funciona el sistema?

- Es la coordinadora, Patricia Gautreau, la que asigna las enfermeras – contestó Paula.

 - ¿Y si hay alguna petición personal?

 - Esto no es un programa de radio en directo – le espetó Paula.

  - Ya lo sé.

- Ya basta –intervino Sullivan con la mano en alto -. Voy a rellenar una solicitud para mandarle una enfermera a casa, señor Alfonso. Voy a ir hablar con Patricia para ver si puede acceder a sus preferencias. Mientras tanto, Paula, límpiale las heridas. Le pondré las grapas en cuanto vuelva.

- Sí, doctor.

Cuando el doctor se hubo ido, Pedro se quedó observando a Paula. No le costó mucho tiempo darse cuenta de que no lo miraba mientras realizaba su trabajo.

 - Muy bien, superhéroe, túmbate y aprieta los dientes – le dijo al cabo de un rato.

Pedro obedeció a pesar de que le dolía todo el cuerpo.

 - ¿Por qué no quieres venir a mi casa?

- ¿Qué te hace pensar que no quiero?

- El celebro todavía me funciona bien y no soy tonto.

- No sé a qué te refieres -  contestó Paula preparando el material de cura.

 - Cuando he propuesto que fueras tú la enfermera que viniera a mi casa, se te ha puesto una cara que cualquiera diría que te habías tragado un bote entero de aceite de recino.

- Ahora, no te muevas. Te voy a poner anestesia en las heridas y podría escocerte un poco.

Acto seguido, Pedro sintió un ligero escozor seguido de una maravillosa sensación de alivio porque el dolor se había reducido considerablemente.

- Venga, Paula, ¿Qué te pasa?

- A mí no me pasa nada.

 - ¿Ah, no? ¿Y qué ha sido de la enfermera que decía las cosas tal y como las pensaba? Hace un rato estaba por aquí.

- Sigo estando aquí. Esto te a doler – le advirtió Paula.

Efectivamente, Pedro sintió una descarga de dolor que hizo que apretara los dientes. Ella le estaba limpiando las heridas todo lo rápidamente que podía, pero el dolor era intenso.  ¿Por qué no decirle que sería mejor que no se molestara? Sus verdaderas heridas no estaban en la epidermis sino mucho más adentro.

 - Ya está.  Pedro abrió los ojos y vió varias gasas llenas de sangre en la bandeja.

 - No ha sido para tanto –mintió.  Lo cierto era que le dolía horriblemente.

- ¿Ah, no? Si quiere, repetimos…

 - ¡No!

Sus miradas se encontraron y Paula sonrió, indicándole que le estaba tomando el pelo. Lo cierto era que no le resultaba fácil hacerle daño a un paciente aunque fuera por su bien, y el humor era su mecanismo de defensa.


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