sábado, 11 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 7

Lo peor que le podía ocurrir a una mujer era necesitar a un hombre y que ese hombre la abandonara. Él había cometido aquel error y seguía pagando por ello.

—Lo siento —le dijo sinceramente.

 —Yo también —contestó Paula—. Al menos, me dejó una cosa buena, lo mejor que tengo en mi vida, mi hija.

Simón sintió un terrible dolor en el corazón. Marcos. Su hijo. El también había sido lo mejor de su vida y ahora estaba muerto. Se quedó mirándola, que le estaba colocando una venda en el antebrazo.

— Ya está. En breve, vendrá el doctor para ponerte las grapas en el hombro.

—¿Por qué tarda tanto? Si no viene ya...

—¿Te vas? —bromeó—. Creía que habías accedido a pasar la noche en el hospital —le recordó.

—La verdad es que no he accedido a nada. Pero estoy dispuesto a hacerlo si eres tú la enfermera que venga conmigo a casa mañana...

—Aunque quisiera, estoy fuera de servicio hasta mañana por la tarde. Como estás empeñado en irte por la mañana, no hay nada que hacer.

—¿Y por qué no vas a estar aquí mañana por la mañana?

—Porque voy a llevar a Sofía al oftalmólogo—contestó Paula.

—¿Y no podrías llevarla otro día? —preguntó Pedro suponiendo que Sofía era su hija.

—Sí, pero no quiero.

En aquel momento, volvió el doctor Sullivan.

—¿Cómo vamos?

—Muy bien —contestó Pedro.

—Me alegro —dijo Sullivan acercándose al paciente—, Paula, Patricia quiere hablar contigo.

—Muy bien. Si no me necesita, doctor, voy a hablar con ella y me voy a casa.

—Estupendo, ya me encargo yo de las grapas — contestó Sullivan.

—Buena suerte. Pedro —le dijo yendo hacia la puerta—. Cuídate.

—Gracias —contestó Pedro—. Cuídate tú también y,  sobre todo, vigila las grasas saturadas.

Paula se giró hacia él y le dedicó una preciosa sonrisa antes de irse. Al instante. Pedro ya la estaba echando de menos. Hablar con ella había hecho que se olvidara de su dolor, pero ahora que el dolor había vuelto,  se volvía loco por salir de aquel hospital. Aunque el médico se negara, se iba a ir. Había sido una noche muy larga. Cuando por fin amaneció, tuvo que admitir a regañadientes que estaba peor de lo que creía. Le dolía todo el cuerpo y hasta el más mínimo movimiento resultaba insoportable. Para colmo, se  había ido del hospital sin aceptar las recetas que el médico le había ofrecido. Nada más levantarse, había comprendido que era cierto que necesitaba una enfermera. Creyendo que iba a ser muy fácil, llamó al hospital y la pidió. En cinco minutos, tenía una adjudicada. Cuando la enfermera se presentó en su casa,  le bastaron otros cinco minutos para darse cuenta de que no era la enfermera que él quería, así que llamó al hospital y dijo que quería a Paula, pero le informaron de que ella no estaba trabajando aquella mañana. Recordó que le había dicho que tenía que llevar a su hija al oftalmólogo y que no volvería hasta la tarde. Había decidido esperar.  Ya era por la tarde y seguía esperando. En ese momento, llamaron al timbre.

—Adelante —gritó con la esperanza de que fuera Paula.

Pero era Juana.

—¿Se puede saber qué demonios te ha pasado esta vez? —se indignó su suegra—. He venido a verte porque temía que hubieras hecho una tontería.

—No quiero hablar de ello —contestó.

—¿De que no quieres hablar? ¿De lo que te ha pasado esta vez, de que ayer hizo dos años que murió tu hijo o de la decisión que tuve que tomar después del accidente?

—De ninguna de esas cosas —contestó Pedro—. Por favor, ahora que ya has visto que estoy bien, vete.

 Juana se quedó mirándolo y, por un instante,  tuvo la esperanza de que le fuera a hacer caso, pero, por supuesto, no fue así.

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