miércoles, 25 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 63

—Encantado de conocerla —dijo con su mejor sonrisa.

Justo antes de que diera comienzo el concierto en la antesala que daba paso al salón del baile, Rolando se deslizó entre la gente y ocupó un asiento junto a ella.

—Nunca creí que terminaría de dar la mano —suspiró—. Cuando acabe el concierto, empezará el baile. Música de verdad.

—¿No le gusta la música clásica?

—Está bien si tienes más de sesenta y cinco años. El salón de baile estará a rebosar cuando suene el vals. Pero la diversión estará en la habitación del fondo, con la música disco. Me gustaría bailar contigo, Paula.

—Gracias —respondió amablemente—. ¿Cómo es que conoces a Mariana?

—Oh, la conocía un par de años antes de que se fuera a vivir a Francia —recordó con vaguedad—. ¿Y qué hay entre Pedro y tú?

—Es mi jefe —señaló.

Al ver la expresión de Rolando, Paula se apresuró a terminar la explicación.

—Cuido de su hija.

—De acuerdo, está bien… Ups, ahí llega el pianista. Será mejor que me calle. Mamá no soporta que hable cuando suena su música favorita.

Tal vez Rolando no fuera muy listo, pero al menos la entretenía y evitaba que Paula pensara en cómo Mariana había procurado mantener ocupado a Pedro toda la noche. Paula hojeó el programa, estampado en oro, dispuesta a disfrutar al máximo del concierto. El pianista era extraordinario y la música la relajó. Pero al término de la actuación Pedro la localizó e insistió en que los acompañara al salón de baile, donde una orquesta afinaba sus instrumentos y un ejército de camareros, de riguroso blanco, se paseaba entre los invitados con bandejas con copas de champán y canapés. Rolando había desaparecido, pero había prometido acudir al rescate en media hora. Marta, con oscuras intenciones, enredó a Paula con su interminable cháchara.

Mariana condujo a Pedro al primer piso. Paula pensó que formaban una pareja formidable y la idea resultaba difícil de sobrellevar. Pese a su aspecto, al vestido y a las joyas, Pedro no había pasado de ser estrictamente amable con ella.

—Mariana esta preciosa esta noche, Marta —dijo Paula.

—Ha dejado al conde —replicó Marta, y añadió—. Ha venido para quedarse. Ella y Pedro van a volver a casarse, por el bien de Isabella.

Paula derramó un poco de champán sobre la falda de su vestido. Bajó los ojos para ocultar su expresión. ¿Por qué no había sospechado algo raro al ver aparecer a Mariana tan súbitamente? ¿Y que el motivo tendría que ver con Isabella?

Mariana, Pedro e Isabella serían una familia, otra vez.

Le temblaban las manos. Paula procuró limpiarse la mancha del vestido.

—Mira lo que he hecho —señaló Paula con voz artificial—, estoy tonta. Por favor, discúlpame. Voy al servicio a ver si lo arreglo.

El baño estaba decorado con jarrones llenos de rosas rojas y espejos con marco dorado. A lo mejor podía quedarse allí el resto de la velada, pensó muerta de miedo. Al menos, Pedro no entraría a buscarla ahí dentro.

Además, no la perseguiría. Iba a casarse en segundas nupcias con Mariana, la madre de su hija. Gracias a Dios que había sabido guardar en secreto su embarazo. Pero, ¿cómo sería dar a luz al hijo de Pedro con la certeza de haberlo perdido para siempre?

Entraron más mujeres, riendo y charlando. Finalmente, Paula se pintó los labios y regresó al gran salón iluminado como una discoteca y con el sonido del bajo retumbando en todo su cuerpo. Rolando fue a su encuentro.

—Te he buscado por todas partes —dijo—. Hasta me he adentro en el salón principal. Vamos a bailar.

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