viernes, 27 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 71

—Entonces, ¿no deseas a Mariana?

—Claro que no. Te deseo a tí, Paula.

—¿Igual que me deseabas en Dominica? —preguntó.

Pedro la tomó el pulso con los dedos en el cuello.

—Nunca he dejado de desearte de ese modo —dijo con voz ronca.

«Pero eso no es suficiente».

—Entonces sigues decidido a no comprometerte. Y no piensas casarte —dijo Paula con calma.

—Estás embarazada. Claro que voy a casarme contigo.

—No, Pedro. No voy a casarme solo porque estoy embarazada. El bebe y yo merecemos algo mejor.

—El niño necesita un padre.

—Cualquier niño necesita un padre. Pero si los padres no se quieren, el matrimonio está abocado al fracaso desde el principio. No puedo hacer eso, Pedro. No puedo.

—¿No me quieres? —dijo Pedro con una voz apenas audible—. ¿Es eso lo que estás diciendo?

Paula alzó la barbilla.

—Eres tú quien no me quiere. Así que, ¿por qué te importa lo que yo sienta?

—Ya te he dicho antes que si te he mentido fue por omisión —dijo con repentina violencia—. No quería demostrar en Dominica lo que aquella noche había significado para mí. Lo mucho que me había trastornado hacerte el amor. Tienes razón, no deseaba compromisos. ¿Por qué debía admitir que tu belleza y tu generosidad me habían obligado a replantearme mi estilo de vida de los últimos cuatro años? ¿Qué deseaba tenerte a mi lado a todas horas? Por la noche al acostarme y por la mañana al despertarme. No quería decírtelo, Paula, porque tenía miedo.

—Si nos casamos solo por el niño —dijo Paula deliberadamente—, ¿cuánto tiempo tardarás en echármelo en cara? Ya veo el titular: «Una mujer bombero caza a un millonario por quedarse embarazada». Eso no es lo que quiero.

—También es hijo mío. Ambos somos responsables. Pedro hablaba con mucha sangre fría, sin perder los nervios.

—Me iré en cuanto pueda —dijo Paula enrabietada—. Te prometo que no…

—Espera un momento, Paula. Me estoy equivocando.

Pedro tomó su mano entre las suyas y paseó la mirada por la curva de sus hombros hasta fijarse en el colgante, que brillaba en el valle formado por sus pechos.

—¿Por qué has venido a mi habitación semi desnuda y tan guapa que apenas puedo pensar? —preguntó sin soltar su mano—. Cuando has entrado, estaba sentado en la cama convencido de que te había perdido para siempre. Creía que la mujer con la que deseaba pasar el resto de mis días me odiaba a muerte.

—Pero…

—Sí, estaba asustado en Dominica. De repente lo pusiste todo del revés. Siempre lo he tenido todo bajo control. ¿No lo entiendes? Intento decirte que te quiero. Te amaba en Dominica, seguramente me enamoré cuando te ví en el hospital. Te amo y quiero casarme contigo, pero…

—¿No te casarías solo por el niño? —balbuceó Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario