viernes, 6 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 4

Pero ahora era como si todos los sueños de juventud se hubieran fundido, y hubiera despertado para encontrar al primer hombre al que había amado mirándola con tanta pasión que podía sentir el calor en cada miembro de su cuerpo. Siempre había estado locamente enamorada de él, en silencio, pese a ser el marido de su prima. ¿Cómo podía no amarlo? Para una adolescente solitaria e impresionable, las miradas y el fuerte carácter de Pedro habían provocado el mismo desgarro que el filo de un hacha haciendo astillas su inocencia. Desde entonces había vivido una profunda desilusión, al comprobar cómo sus pequeñas ensoñaciones acababan hechas pedazos en el mundo de los adultos.
Pedro Alfonso. El marido infiel de su querida prima Mariana. El hombre que había negado a Mariana la custodia legal de su propia hija, demasiado ocupado en amasar una gran fortuna para jugar otro papel que el de padre y marido ausente. Un vividor con una amante en cada puerto.
«Pero, ¿qué está haciendo él junto a mi cama?», se preguntó, mientras intentaba poner en claro sus pensamientos. ¿Y dónde estaban? Porque eso no era un sueño. El dolor sordo y punzante en el hombro y la sensación de tener un millón de agujas pinchándole los ojos eran muy reales. Y él también lo era, desde luego. Notó como el cabello, antaño fuerte y moreno, había comenzado a encanecer en las sienes. Pero los ojos seguían teniendo esa cualidad camaleónica entre el azul y el gris, y la mandíbula irradiaba más arrogancia que nunca.
—¿Dónde? —preguntó con voz ronca.
—He avisado a la enfermera —contestó con voz profunda de barítono, que confirmó lo que ella ya sabía—. No te muevas, llegará en un minuto.
—Pero, ¿qué estás haciendo…?
La puerta se abrió y entró la enfermera. Avanzó directamente hasta la cama, sin dejar de sonreír a Paula.
—Veo que se ha despertado. Pero, por su expresión, yo diría que no se encuentra demasiado bien. Aumentaré el goteo del calmante. Eso la aliviará el dolor del hombro.
Haciendo gala de una exquisita profesionalidad, la enfermera le tomó el pulso y la temperatura, hizo algunas preguntas y administró la dosis necesaria para reducir las punzadas.
—Tardará unos minutos en hacer efecto —asintió con energía y, dirigiendo su atención hacia Pedro—. ¿Podría usted quedarse con ella hasta que se duerma?
—Por supuesto —afirmó este.
Tras dedicar una última sonrisa a Paula, la enfermera abandonó la habitación. Entonces Pedro habló sin perder la calma.
—Eres la misma Paula que conocí años atrás, ¿verdad? La prima de Mariana. ¿Me recuerdas? Soy Pedro Alfonso.
Claro que lo recordaba.
—No quiero hablar contigo.
Había planeado decir esto con decisión y furia, acompañando todo el desprecio que abrigaba hacia él. Pero tenía la lengua pastosa, y su respuesta apenas fue audible para ella misma. A pesar de la frustración lo intentó de nuevo, luchando por ordenar sus pensamientos con cierta coherencia.
—No tengo nada que decirte —musitó, exhausta por el esfuerzo.
—Paula…
Pedro se acercó tanto que podía distinguir con nitidez la curva de sus labios y la marca de su barbilla. Una ola de pánico invadió a Paula. Giró la cabeza hacia el otro lado y cerró los ojos con fuerza.
—Vete —farfulló.

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