domingo, 29 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 3

—Eh... ¿empezamos de nuevo? —preguntó ella vacilante, al tiempo que retrocedía un paso, tratando de eludir aquella violencia contenida que percibía en la mirada del hombre.

Intentó explicar su situación con un tono sereno de voz, razonable, con la esperanza de sosegar de ese modo, toda inclinación a la violencia que aquel individuo pudiera tener.

—Hay un árbol caído en mitad de la carretera, más o menos a un kilómetro de aquí —replicó ella con una paciencia a la cual calificaba de admirable—. Estuve a punto de llevármelo por delante y cuando intenté frenar, mi automóvil terminó encajado en una zanja. Si usted tuviera la gentileza de permitirme utilizar su teléfono...

La voz de la muchacha comenzó a callarse cuando, atónita, notó que aquel hombre se erguía para aplaudirla con admiración.El hombre se volvió hacia el interior de la casa, con toda la intención de dejarla allí. Sin embargo, hizo una pausa y se volvió hacia ella para observarla por encima de su hombro.

— ¿Acaso es usted tan estúpida como para salir en una noche como ésta y encima, sola?

En un repentino ataque de ira, Paula perdió todo tipo de precauciones y se encogió de hombros de una manera muy expresiva.

—Me temo que sí —respondió ella entre dientes, tratando apenas de disimular la furia que sus palabras encerraban—. Y también he sido tan estúpida como para permitir que mi automóvil cayera en una zanja y lo suficientemente estúpida como para hacerme sopa hasta los huesos. ¡Pero tenga por seguro que mi estupidez no llega al grado de quedarme aquí afuera para seguir escuchándolo a usted!

Con esas palabras, Paula giró sobre sus talones y comenzó a alejarse de aquel hombre. Sin embargo, estaba a la espera de que, en cualquier momento, él se lanzase sobre ella para cometer cualquier acto de violencia contra su persona. No había dudas de que aquel hombre estaba más loco que una cabra y a partir de ese preciso instante, la idea de pasar la noche toda mojada en su automóvil le pareció mucho más atractiva de lo que le había resultado antes. Al menos ese sí que era un sitio seguro.
Paula  sintió alivio y furia a la vez al escuchar la risa burlona del hombre cuando ella cayó sobre el piso de la galería y luego comenzó a bajar las escaleras.

—Le diré a mi hermano que ha escogido al vecino más paupérrimo en todo el estado de Missouri. ¡Es usted un... un... estúpido arrogante! —La muchacha se asemejaba a una serpiente derramando hasta la última gota de veneno sobre aquel hombre—. El necesita saber que la política de ser un "buen vecino" no funciona en esta parte del estado, por si alguna vez comete el mismo error que yo he cometido y viene hasta aquí a pedirle ayuda —dijo ella, con un gruñido.

Paula se volvió nuevamente y bajó los seis peldaños casi de un salto. Atravesó el sendero que conducía al atajo y, de allí, a la carretera. Estaba tan furiosa que ni siquiera notó que la lluvia y el viento estaban dándole otra vez la bienvenida. Podría haber habido un tornado que Paula tampoco se habría percatado de él. El temor que ella sentía por él había desaparecido por completo, debido a la ira que le provocaba aquella actitud tan fría e irracional. Pensaba que ni siquiera una enfermedad mental podría justificar tal comportamiento.

Casi estaba por llegar al auto cuando notó un haz de luz detrás de ella. Ansiosa, se volvió, esperando que el vehículo la alcanzara. Deseaba con toda el alma que esa vez se tratase de alguien con una pizca de decencia y amabilidad para que la ayudara, en lugar de acusarla por haber cometido pecados imaginarios. Aunque quizás, las sospechas de aquel hombre bien podrían haber tenido alguna justificación. Si él era siempre tan desagradable con sus vecinos como lo había sido con ella, no podría culparlos por hacerle bromas constantemente.

Un Jeep se detuvo al lado de ella y Paula fue corriendo entre los charcos de agua hasta la cabina del vehículo con una suplicante sonrisa de gratitud en su cara, la cual se desvaneció en el mismo instante que descubrió el rostro del conductor y escuchó su voz:

— ¡Suba, por el amor de Dios! Si se queda demasiado tiempo más aquí terminará ahogándose.

Era aquel loco demonio, el propietario de ese perro vicioso y dueño también de un temperamento aún más vicioso. Ella se echó hacia atrás como si él hubiera tratado de abofetearla.

— ¡Oh, no! —replicó ella con énfasis—. ¡No, gracias! Prefiero dormir en mi automóvil antes que aceptar su ayuda.

La muchacha se volvió y con pasos agigantados, se alejó rápidamente, con la esperanza de que el hombre hiciera caso de sus palabras y desapareciera. Pero, en cambio, el Jeep le siguió los pasos. Paula se dio cuenta entonces, con gran nerviosismo, de que estaba tratando con un psicópata que podía tornarse demasiado peligroso en un abrir y cerrar de ojos. De todos modos, ya estaba bastante cerca del auto, y empezó a considerarlo como una isla de salvación. Si lograba subir y trabar las puertas, el maniático que estaba persiguiéndola no podría entrar para hacerle ningún daño.

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