sábado, 21 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 47

—Tú lo has dicho —respondió, y se alejó hacia el porche con la imagen de la boca de Pedro grabada en todo su cuerpo. En el momento de entrar en casa, Paula recibió el calor del interior como una bofetada. Se le nubló la vista. La fila de abrigos colgados en las perchas de pared comenzaron a moverse como una bandada de pájaros gigantes y el suelo empezó a levantarse como una ola. Paula notó, a gran distancia, cómo alguien la sujetaba antes de que cayera.

Sentía una enorme flojera en las piernas. La oscuridad se llenó de todos los colores del arco iris. Comprendió que estaba en el suelo, con la cabeza entre las rodillas. Todos los colores habían dado paso a un rayo de color rojo. Preguntándose si estaría enferma, Paula escuchó la voz de Isabella, presa de la angustia.

—Papá, ¿está bien?

—Claro —dijo Pedro—. Ha sido el calor. Ya sabes que a Marina le gusta mantener la casa a la misma temperatura que en Dominica.

Isabella soltó una risita cómplice. Paula levantó la cabeza.

—Lo siento —murmuró—. No sé qué me ha pasado.

—Estás blanca como la nieve —anunció Isabella.

«Eso es lo de menos» pensó Paula, todavía mareada. Estaba agotada y sin fuerzas. Ella nunca se desmayaba. De pronto, sintió una punzada de terror al comprender que la causa más probable era su estado. Aún no había tenido náuseas, pero los síntomas aparecerían poco a poco.

—Ya me siento bien —anunció con mejor voz, haciendo un esfuerzo para levantarse.

—No tengas tanta prisa, no hay ningún incendio —dijo Pedro con severidad.

—Estoy bien, Pedro. Solo ha sido el calor —dijo con torpeza.

Con verdadero interés, Isabella se unió a ellos.

—¿Te mareabas cuando eras bombero? —preguntó—. Porque el fuego sí que da calor.

Paula miró boquiabierta a Isabella. Había puesto el dedo en la llaga. ¿Por qué razón iba a marearse una ex bombero a causa de un poco de calor? Tenía que decir algo rápido antes de que Pedro buscará algún motivo para el desmayo.

—Llevamos puesto todo el equipo que te enseñé la primera vez —apuntó Paula—, así que ya estamos preparados cuando entramos.

—Isabella—interrumpió Pedro—, ¿por qué no vas a la cocina y le dices a Marina que prepare el chocolate? Voy a llevar a Paula al estudio.

Isabella se quitó las botas, colgó el abrigo y corrió a la cocina. Pedro se arrodilló y le quitó las botas a Paula. Tenía el pelo mojado a causa de la nieve. Paula, de la forma más natural, alargó la mano para apartar un mechón de pelo de la cara de Pedro cuando él la miró. Sus ojos se clavaban en los de ella como si la desnudaran. Parecía que ningún secreto estaba a salvo de aquella escrutadora mirada. De golpe, sus bocas se habían unido de nuevo y Paula sintió un calor de muy distinta índole. Con un gemido de placer, Paula le devolvió el beso con total entrega.

Por unos segundos, que para Paula fueron eternos, sus labios permanecieron unidos, sus cuerpos entrelazados.

—Eso es lo que las personas hacen cuando van a casarse —dijo Isabella por detrás—. Me lo ha dicho mi amiga Valentina. Pedro apartó su boca de la de Paula con violencia. Se puso de pie y, por primera vez desde que se conocían, Paula vio que estaba sin palabras.

—¿Por eso ha venido Paula a vivir aquí? —añadió Isabella emocionada—. ¿Van a casarse?

—¡No! —dijo Pedro mesándose los cabellos—. Claro que no. Está aquí para cuidarte. Eso es todo.

—¿Y por qué estaban…?

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