lunes, 30 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 6

— Ahora comprendo lo que usted quiere decir —dijo al tiempo que satisfacía el pedido de Indio—. ¿Durante cuánto tiempo más deberé acariciarlo antes de que me permita detenerme?

— Tampoco es tan cargoso. Creo que con cinco minutos será suficiente. —El anfitrión pasó a su lado y se dirigió hacia el fregadero para comenzar a llenar la cafetera con agua—. Mientras tanto, prepararé el café. —Le echó una mirada socarrona —. Estoy seguro de que no me despreciará una taza de café una vez que lo tenga listo, ¿verdad?

Durante un instante, Paula lo observó con frialdad. Para ella era mucho más difícil transigir con él de lo que le había resultado hacerlo con Indio. Sin embargo, la mirada del hombre había sido tan agradable que ella debió aceptar.

— Claro. Me gustaría tomar una taza de café —agregó ella con una tenue sonrisa—. Pero tampoco quisiera que se tomara molestias por mi causa. Todo lo que deseo es... telefonear a mi hermano... —La joven observó a Indio, haciendo una apesadumbrada mueca con sus labios—. Quiero decir... cuando Indio me lo permita. No quiero molestarlo más tiempo del debido.

— No es una molestia —replicó gentilmente el extraño—. Yo también quiero tomar café.

Paula inclinó su cabeza hacia adelante y con ese movimiento, cayeron sobre sus mejillas unas cuantas gotas de agua provenientes de los cabellos empapados. Eso le recordó que debía de parecer un objeto rescatado desde las profundidades del mar. Cuando su anfitrión la vio escurriéndose el agua del rostro, le dio una toalla de cocina.

— Séquese con esto —le indicó con áspera voz y el ceño fruncido—. Le traeré una toalla más apropiada.

Cuando el extraño entró nuevamente con una toalla de baño en su mano, el perro levantó la cabeza y se incorporó sobre sus patas. Aparentemente, Indio ya había recibido todo el cariño que necesitaba y por eso, abandonó la habitación con lentos pasos.

—¿Acaso he ofendido a Indio de alguna manera? —preguntó ella—. No creo que ya le haya dado su tanda de cinco minutos de mimos.

— No. Creo que sólo sintió deseos de volver al sitio que tiene reservado frente a la chimenea —respondió con una sonrisa mientras observaba a Paula secándose el cabello, recorriéndola con la mirada en desconcertante meditación—. Ya se ha pasado su hora de dormir y a su edad, las "siestas" son importantes para él.

—¿A su edad? —interrogó sorprendida—. No parece ser un perro viejo.

La mirada del extraño la hacía poner nerviosa, entonces sumergió la cara en la toalla puesto que no podía explicar su repentina reacción ante la apreciación de aquel hombre. Su mirada la abrigaba tanto que Paula llegó a pensar que era ella quien estaba sentada frente a la chimenea.

—Se conserva bastante bien, pero ya hace mucho que dejó de ser un cachorro. —El anfitrión apartó la atención de Paula para observar la cafetera. Se relajó, sintiéndose desconcertada al notar el alivio que le había producido el liberarse de aquella intencionada inspección.
— ¿Le gustaría hacer su llamada telefónica ahora? —De pronto, su tono de voz se tornó superficial, impersonal.

— Sí... sí, por favor —respondió ella.

El hombre le indicó un aparato telefónico de pared y luego comenzó a sacar unas tazas de café con sus respectivos platos de la alacena. Paula se incorporó y se apresuró hasta donde se hallaba el teléfono. Fue como si de pronto hubiese sentido extrema urgencia por alejarse de aquel extraño que tanto la perturbaba. Quería liberarse de la intrusa calidez de sus ojos, una calidez que aceleraba su corazón y contenía la respiración en su garganta.

En un principio, se resistía a creer el hecho de que no hubiese tono en la línea. Con dedos impacientes, golpeteó la horquilla una y otra vez pero no oyó ni el más débil ronroneo para reconfortarla. Se volvió al hombre que en ese momento, había comenzado a verter el café en las tazas.

—Debe de haber alguna cosa que no funciona. No hay tono.

El hombre la observó impasivo y luego atravesó la habitación para tomar el aparato de las manos de Paula. Los dedos de él acariciaron los de la muchacha y ella debió contenerse para no saltar debido a la sensación de electricidad que se produjo en aquel contacto.

— Está mudo —fue el veredicto pronunciado con calma y desinterés, aunque Paula pensó que detrás de todo ello, había cierta tensión que él no quería revelar—. Es muy común que esto suceda cuando hay vientos fuertes. Supongo que habrán de repararlo mañana a primera hora.

El extraño posó su profunda mirada sobre Paula. En ese momento ella sintió que aunque no tuviera motivos razonables, el pánico estaba apoderándose de su ser y era muy real.

— Pero, entonces... ¿Cómo haré para comunicarme con mi hermano? —interrogó, luchando por encontrar la calma.

Habría sido muy tonto de su parte demostrarle a ese hombre lo vulnerable que de pronto se sentía, especialmente, cuando él parecía contemplarla con una indiferencia casi desdeñosa.
Las palabras que pronunció a continuación, aunque expresadas con la veracidad de algo real, detuvieron el corazón de la joven en menos de un segundo:

— Me temo que no podrá hacerlo. Deberá pasar la noche aquí.

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