domingo, 8 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 8

Pedro la dedicó una encantadora sonrisa, aunque su mirada traicionaba esa aparente tranquilidad.
—Tengo que pedirte un favor. Se trata de Isabella y es importante. Solo quiero que me escuches cinco minutos.
—¿Siempre utilizas a los demás para tus propios fines?
—Te estoy diciendo la verdad —replicó Pedro con voz metálica—. ¿Es que no puedes creerme?
—No, si viene de tí.
—Si vamos a tener una pelea y vas a montarme una escena, al menos hagámoslo en privado.
Dicho lo cual, empujó la puerta y entró en el departamento de Paula.
Medía doce centímetros más que ella y pesaba casi treinta kilos más, por no hablar de su fuerza. Paula dio un portazo y se quedó apoyada contra la puerta.
—Dime de qué se trata y hazlo rápido.
Pedro se acercó a ella.
—Has estado llorando.
—¿Cuál es el favor? —masculló Paula entre dientes.
—¿Qué te pasa?
—Nada. O todo. No puedo volver al trabajo, tengo el brazo derecho inutilizado y me estoy volviendo loca aquí encerrada todo el día. ¿Sabes que estuve haciendo ayer durante todo el día? Estuve viendo la saga de La Guerra de las Galaxias por tercera vez. ¿Qué más quieres saber? Y además, ¿qué vas a hacer al respecto? ¿Compadecerme?
—Ya te lo he dicho. Quiero pedirte un favor.
—He leído artículos sobre tí en todas las revistas. Las mansiones, los coches, los aviones y tus mujeres. Eres el propietario de una compañía aérea. Todo esto no son más que eufemismos. Tienes poder y dinero. ¿Y esperas que crea que yo puedo serte útil? No me hagas reír.
Pedro  no pudo contener una sonrisa.
—Las pelinegras tienen carácter, no cabe duda. Escucha, esta mañana no he podido desayunar. Por qué no preparo una cafetera y nos sentamos para charlar como personas civilizadas.
—Tenerte cerca me hace ser muy poco civilizada —soltó de golpe, e inmediatamente deseó no haber dicho eso.
—¿De veras? —admitió Pedro—. Interesante.
Paula no podía retroceder. Sentía en su hombro la presión que ejercía su cuerpo al apoyarse en la puerta.
—Pedro, dejemos las cosas claras. No me gustas. No me gustó lo que le hiciste a Mariana. Así que no tiene sentido que nos sentemos a charlar. Por favor, dime qué es lo que quieres que haga y luego, márchate.
—Me iré cuando esté preparado.
Paula cabeceó con hastío.
—Trabajo rodeada de hombres. No necesito más demostraciones de hombría en casa.
—¿No puedes expresarte con libertad?
—No puedo permitírmelo. Trabajo rodeada de hombres.
De pronto, Pedro se echó a reír. A los ojos de Paula, el vestíbulo se quedaba pequeño ante tanta vitalidad. Aguantó la respiración, preguntándose por qué no había salido a tomar café esa mañana. Solo deseaba estar en otro sitio. Pero, antes o después, Pedro la habría encontrado. No le cabía la menor duda. Tuvo que admitir su derrota, pero solo por el momento.
—¿Normal o descafeinado? —preguntó de mala gana.
—Me da igual. ¿Dónde está la cocina?
Paula  hizo una mueca de dolor.
—La sala de estar está ahí. Tardaré solo un minuto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario