viernes, 6 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 1

Había una mujer en la cama.
Una mujer extraordinariamente atractiva.
Pedro Alfonso se quedó quieto, mirando fijamente la figura dormida que se escondía bajo la colcha blanca de hospital. Se había equivocado de habitación. Estaba buscando a un hombre, no a una mujer. Pero en vez de salir y preguntar por la dirección correcta, Pedro siguió en su sitio, mientras sus ojos de color azul pizarra escudriñaban a aquella mujer. Tenía una bolsa de hielo que le envolvía el hombro derecho y parte del brazo. Estaba muy pálida; un hematoma en la curva del mentón sobresalía en contraste con su piel blanquecina. ¿Había tenido un accidente de coche, o se había caído en el hielo? ¿O se trataba de algo peor? Desde luego, no se trataba de una violación.
Cerró los puños con fuerza en un gesto de furia contenida. ¿Podría haber sido su marido? ¿O su amante? Habría golpeado a ese bastardo si hubiera tenido oportunidad. Primero lo hubiera tumbado y luego habría preguntado. Pero, ¿acaso no estaba reaccionando de un modo exagerado? Se trataba de una mujer que no conocía, de la que no sabía nada.
No tenía por costumbre salir en defensa de mujeres desconocidas. Tenía cosas mejores que hacer con su tiempo.
Apretando la mandíbula, Pedro  devolvió toda su atención a la mujer. Tenía las cejas arqueadas y los pómulos levemente hundidos. Notó cómo le asaltaba el deseo de acariciar la curva que el óvalo de su rostro dibujaba desde el ojo hasta la comisura de la boca. «Una boca para besar», pensó con la garganta seca. La mujer dormía. Pedro sintió una enorme curiosidad por saber de qué color serían sus ojos. ¿Grises como nubes de tormenta? ¿Marrones como la tierra mojada? Era pelinegra, aunque esa palabra no hacía justicia a una melena rizada del color ébano. Ebano.
Esa palabra trajo a su mente una oleada de imágenes de pesadilla y Pedro sintió un escalofrío. No tenía tiempo para esto. Necesitaba encontrar al bombero que había salvado a Isabella para agradecerle de todo corazón su intervención y regresar junto a su hija. Isabella estaba sedada y tardaría varias horas en despertarse, tal y como le había explicado el doctor. Pero Pedro no quería correr riesgos.
Entonces, ¿por qué seguía allí parado?
Con el ceño fruncido, salió de la habitación procurando no mirar el nombre de la paciente escrito en el historial, que colgaba a los pies de la cama. Una enfermera, cuyo uniforme estampado era una explosión de color, corría hacia él por el pasillo vacío.
—Perdone, estoy buscando a un bombero que ha sido ingresado a primera hora de la tarde. Rescató a mi hija y necesito verlo para darle las gracias. Pero ni siquiera sé cómo se llama.
La enfermera, con la respiración entrecortada, le devolvió una sonrisa.
—De hecho, se trata de una mujer. Pero no creo…
—¿Una mujer? —repitió Pedro sin comprender.
—Así es —reconoció la enfermera, cuya sonrisa era menos amistosa—. También hay mujeres en los grupos de rescate. Está en la habitación 214. Pero dudo que haya vuelto en sí.

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