domingo, 8 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 11

En cuanto la soltó, se inclinó sobre el mostrador de la cocina. Respiraba con dificultad.
—No tenías porqué besarme de esa manera. Ya había aceptado ir a ver a Isabella.
—¿Crees que ese beso equivale a una póliza de seguros? —gruñó enfadado—. ¿Eso es lo que crees?
—¿Qué otra cosa puedo pensar?
—Te he besado porque quería hacerlo. Eres increíblemente atractiva, valiente y generosa. Y te defiendes como gato panza arriba. Estaba loco por besarte y acariciarte. Y jugar con mis dedos entre tu pelo.
Paula se ruborizó de nuevo. Sabía que Pedro decía la verdad. Cada palabra era cierta. Así de fácil, ¿o no?
—No, no puedes actuar así —balbuceó Paula—. Estuviste casado con mi prima. No me gustas y pertenecemos a mundos totalmente opuestos. Iré a hablar con Isabella esta tarde. Pero eso será todo. No habrá más visitas. Nunca más.
—¿Te comportas con David igual que conmigo?
—Eso no es asunto tuyo.
—¡Aclárate, Paula!
—Entre nosotros solo ha habido lujuria. Eso es todo. No hay nada de que hablar. ¿Cómo crees que me siento besando a alguien a quien desprecio? Me siento sucia.
—¡Ni siquiera me conoces!
—Conozco a mi prima.
—Dame una oportunidad, ¿quieres?
—Es mejor que olvidemos el café —observó mientras se tocaba el pelo—. Francamente, no estoy de humor.
—Lo que ha ocurrido entre nosotros es algo especial.
—Habla el experto —replicó Paula con desdén.
—No hables así, Paula. No debemos intercambiar golpes bajos. Los dos merecemos algo mejor.
—Esa es tu opinión.
Pedro apretó la mandíbula.
—Veo que no quieres atender a razones. Has decidido que soy el malo de la película y Mariana—soltó una sonora carcajada—, bueno… ella es el ángel. Madura, Paula. Ningún matrimonio fracasa solo por culpa de uno. Y menos cuando hay hijos de por medio.
—Entonces, ¿por qué le negaste la custodia de Isabella a Mariana? —preguntó ansiosa—. Y no me digas que ella la rechazó.
—¿Y qué otra cosa puedo decir? Resulta que eso fue lo que pasó.
Paula suspiró con impaciencia.
—¿Y por qué no estabas en casa cuando se inició el incendio? Supongo que estabas en viaje de negocios. ¿Me equivoco?
Por primera vez, Pedro notó que perdía el control. Se quedó mirando a Paula sin comprender.
—Más o menos.
Paula se le echó encima.
—Estabas con una mujer, ¿no es cierto? ¿Por qué sino me estarías dando largas?
—¡No es cierto!
—¿Sabes lo que más me molesta, Pedro? —estalló sin miramientos—. Me estás mintiendo. Mientes acerca de Mariana, acerca de las mujeres que hay en tu vida. Y aun así esperas que me lance en tus brazos como si nada de esto importara.
Paula apretó con tanta fuerza el borde de la encimera que los nudillos se le pusieron blancos.
—Prefiero que te vayas, Pedro. Ya he tenido suficiente por hoy. Más que suficiente.
—Esto no ha terminado, Paula—respondió con sospechosa tranquilidad—. No te engañes.
—No hay nada que terminar porque no hay nada entre nosotros.
—Estás muy equivocada. No hace falta que me acompañes a la puerta.
Dió media vuelta y cerró la puerta al salir. Paula no se movió. Le temblaban las rodillas. Su corazón latía con inusitada fuerza en medio del silencio. Solo había sido un beso. «¿Cómo es posible que un solo beso pueda cambiar toda mi vida?», pensó aturdida.
Cuando David la había besado, no había sentido nada remotamente parecido al furioso deseo que la había hecho enloquecer. Los besos de David eran tan agradables como él mismo. Seguramente, esa era la razón que explicaba que nunca se hubieran acostado.
Iría a casa de Pedro esa tarde, procuraría alejar todos los miedos de Isabella y se marcharía. En presencia de su hija, Pedro no se atrevería a besarla.
Pero, ¿qué podía hacer si la besaba?.

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