domingo, 22 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 52

Caminó sobre la gruesa alfombra hasta la puerta, que dejó entreabierta para oír a Isabella si la llamaba. Por el camino, agarró de encima de la mesa lacada una escultura de marfil representando a un delfín. Resultaba reconfortante notar su peso en la mano. Lentamente, se asomó al pasillo.

Estaba vacío. Tenía que cruzar la habitación de Isabella para llegar hasta el dormitorio de Pedro. Con la estatua en la mano derecha y el corazón martilleándole el pecho con tanta fuerza que podía oírse en toda la casa, Paula se aventuró sobre el suelo de roble. Los listones de madera estaban barnizados y no crujían. La puerta de la habitación de Isabella también estaba entreabierta. Como un fantasma, Paula se coló por el hueco y se deslizó hasta la habitación de Pedro.

Estaba vacía. De un vistazo rápido, Paula abarcó toda la habitación. Había dos enormes maceteros a ambos lados de una puerta corrediza de dos hojas que daba a la terraza. El único lienzo del cuarto era un cuadro abstracto, una curiosa simbiosis de verdes y azules. Paula se dirigió al teléfono.

—¿Qué demonios…?

Paula se giró y levantó la estatua del delfín para defenderse. Inmediatamente dejó caer el brazo.

—Pedro—balbuceó—. Creí que eras un ladrón.

De pronto, Paula fue presa de un ataque de debilidad y estuvo a punto de perder el sentido. Le temblaban las piernas. Se dejó caer en la cama, casi sin respiración y luchó por recuperar el control sobre su persona.

Pedro encendió una luz. Se arrodilló a su lado y le quitó la estatuilla de las manos.

—Tienes las manos heladas, Paula —dijo—. ¿Qué demonios estabas haciendo en mi habitación?

—Me pareció oír un ruido. Me asusté y pensé en llamar al 911 —explicó avergonzada.

—He adelantado mi regreso. ¿Para qué querías la figurita de mármol?

—Para romperte la crisma, desde luego.

—No cabe duda. Eres muy valiente.

Pedro todavía tenía sus manos entre las suyas y le acariciaba los dedos. Paula se quedó fascinada mirando esas manos.

—La verdad es que estaba aterrorizada —confesó.

Paula lo miró a los ojos. Llevaba el mismo conjunto que cuando lo había visto por televisión. Tenía muchas ojeras y un rasguño que nacía en la muñeca y llegaba casi hasta el codo.

—Pedro—dijo Paula—, te ví en las noticias. En Sudán.

Pedro tragó saliva y endureció el gesto apretando los dientes.

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