viernes, 27 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Epílogo

A la mañana siguiente, la alarma del despertador sobresaltó a Paula. Al estirarse para apagarla, se dio cuenta que estaba totalmente desnuda y de que estaba en la cama de Pedro.

—Buenos días —dijo Pedro entre bostezos—. ¿Qué tal has dormido?

—Apenas, gracias a ti —respondió Paula abochornada.

—Me gusta ser complaciente.

—Oh —aseguró ella—, eres muy complaciente. Mucho.

—Será mejor que me levante, no vaya a venir Isabella a buscarme. Menos mal que pusimos el despertador. ¿Todavía me quieres? —preguntó deslizando su mano bajo las sábanas.

—Más que nunca, si fuera posible.

—Quizás el amor crezca indefinidamente —aventuró con sus ojos grises muy serios.

—Podríamos quedarnos juntos para averiguarlo.

—Es una idea estupenda —dijo, mientras le acariciaba el vientre con los dedos—. No hay nada que me apetezca más que pasarme la mañana en la cama contigo. Pero el deber, en forma de hija mayor, me llama. Será nuestra hija, Paula. Porque Mariana regresa a Europa. ¿Qué tal te sienta ser la madrastra de Isabella?

—La adoro —respondió Paula.

—Le diremos en el desayuno que has decidido quedarte con nosotros. Para siempre.

Sentía tanta felicidad que aún pasó media hora hasta que Paula ocupó su sitio en la mesa. Pedro e Isabella la estaban esperando.

—¿Lo pasaron bien anoche? —preguntó Isabella.

Por un momento, Paula solo pudo pensar en las horas que había pasado haciendo el amor con Pedro. Después recordó la fiesta y el vestido de seda verde.

—Sí, fue magnífico —farfulló—. ¿Y tú? ¿Estaban ricas las palomitas?

—Fabulosas —dijo Isabella, que parecía algo preocupada—. Mi amiga Valentina me ha llamado esta mañana. Se le olvidó decirme ayer que el concierto del colegio será dentro de tres semanas. ¿Estarás todavía aquí, Paula? ¿Vendrás a verme tocar?

—Sí, estaré aquí. Y me encantaría ir al concierto —dijo con una sonrisa.

Paula miró de reojo a Pedro, incomprensiblemente acobardada.

—De hecho, tenemos algo que decirte, Isabella.

Pedro se sentó junto a Paula y tomó su mano.

—¿Qué te parecería si Paula y papá se casan, cielo? Así Paula se quedaría con nosotros para siempre.

Isabella paseó sus grandes ojos azules de uno a otro.

—¿Casarse? ¿De verdad?

—Totalmente —dijo Pedro.

—Eso sería genial. Ya verás cuando se lo cuente a Valentina.

—Me alegra tanto saber que te hace feliz —dijo Paula con lágrimas en los ojos.

Isabella empujó la silla y corrió alrededor de la mesa para abrazar a Paula. El pelo negro y largo olía a recién lavado.

—Claro que me hace feliz. Eres divertida y muy valiente.

«Es una curiosa combinación», pensó Paula entre sollozos.

—Y también hago un estupendo sirope de chocolate. ¿Lo sabías?

—Guay —dijo Isabella. De pronto se retiró un poco y los miró con seriedad—. Tengo una pregunta. ¿Han pensado en darme un hermanito o una hermanita? Valentina dice que son muy divertidos.

—Creo que podremos arreglarlo —dijo Pedro muy serio—. ¿Te importaría tener uno muy pronto?

—Oh, no —dijo Isabella, que besó a Paula con la boca llena de sirope y abrazó a su padre—. Tengo un montón de cosas que contar a la pandilla. Estoy tan emocionada. ¿Podré ser dama de honor?

—Claro —dijo Pedro—. Deberíamos elegir una fecha. ¿Qué te parece dentro de dos semanas a partir del sábado, Paula?

—Bien —respondió Paula sin aliento.

—A lo mejor podía venir algún coche de bomberos —añadió Isabella—, como si fuera un desfile.

—Será una boda tranquila —dijo Pedro con voz firme.

—Estoy segura de que, si tengo un hermano pequeño, será moreno —dijo Isabela ingenuamente.

Y la verdad es que cuando el pequeño Benjamín Alfonso nació, siete meses más tarde, tenía los ojos de color gris oscuro y una espesa pelusa de color negro.



FIN

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