domingo, 29 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 1

El pequeño automóvil blanco bordeó la cumbre de la colina que se dibujaba próxima a un estrecho y escabroso camino de dos carriles. Por un instante, Paula se sintió atrapada por el placer que le producía el observar aquel misterioso horizonte; parecía haber sido creado especialmente para la Noche de Brujas.

Una sonrisa de satisfacción afloró sobre los labios rosados de Paula cuando disminuyó la velocidad para entrar a la pequeña ciudad. Cuando era muy pequeña, consideraba la Noche de Brujas como su festejo favorito: amaba el clima del mes de octubre, la emoción de disfrazarse con exóticos trajes y las ansias de recibir todas las golosinas que colmaban la calabaza color naranja que acostumbraba llevar consigo. Durante su adolescencia,  Paula recordó haber visto algunos filmes de terror en el teatro de su pueblo, los cuales habían sido precedidos por una celebración de Noche de Brujas. Aquel festejo había tenido lugar en el mismo edificio donde se llevaban a cabo las famosas danzas "cakewalks", en las cuales la pareja ganadora resultaba premiada con un pastel. Allí también había juegos y casas misteriosas. Con una sonrisa nostálgica, Paula recordó que a la mayoría de los niños les encanta sentir miedo cuando saben perfectamente que están a salvo y que no corren peligro. Por supuesto, ella no había sido una excepción durante su niñez.

Poco después, aceleró y llegó hasta la ciudad. Sintió que el viento soplaba con violencia y también notó las primeras gotas resbalando sobre el parabrisas de su automóvil. No era el mal tiempo en sí lo que la turbaba; sólo deseaba que aquella tormenta no le impidiera descubrir el desvío que conducía hacia la casa de su hermano. Las instrucciones de Gonzalo  habían sido muy detalladas, pero aquél era un sitio extraño para Paula y, además, estaba extenuada por el largo viaje. Sería maravilloso saborear una taza de algo bien caliente frente a la chimenea de la cual su hermano Gonzalo y su cuñada Lola se sentían tan orgullosos. No obstante, Paula tenía la esperanza de que la pareja lograse contener el entusiasmo de enseñarle toda la casa y le ofreciera un sitio donde pasar la noche.

Paula cambió de posición: enderezó su espalda para aliviar el dolor que sentía debido a las prolongadas horas durante las cuales había estado conduciendo. No obstante, su mente estaba absorta en el trabajo que la aguardaba. Su hermano y su cuñada habían comprado una casa vieja, un par de meses atrás y era indispensable pintar o empapelar las paredes, limpiar el jardín y colocarle plantas nuevas y llevar a cabo miles de tareas más. El matrimonio había contratado personal profesional para que realizara los trabajos más importantes de carpintería y reparaciones varias pero deseaban decorar la casa ellos mismos. Por eso, Paula se ofreció a ayudarlos durante el mes de vacaciones que le correspondía por su puesto como empleada de la administración pública.

Una fuerte ráfaga hizo tambalear al automóvil y Paula tomó el volante con firmeza para mantener el vehículo derecho sobre la carretera. Se trataba de un automóvil pequeño y por eso, ella corría el riesgo de que un violento viento lo quitara del camino. En ese momento comenzó a llover con mayor intensidad; la muchacha debió inclinarse hacia adelante para poder distinguir con mayor claridad la carretera.

Finalmente, un desvencijado cartel le indicó que acababa de llegar al desvío mencionado por Gonzalo. Disminuyó la velocidad para tomar la curva e, inconscientemente, soltó un suspiro de alivio al descubrir que no se había perdido. Con sólo recorrer menos de veinticinco kilómetros estaría allí, segura y a salvo de aquella terrible noche que se iba tornando cada vez más desagradable, gozando de aquel nido de amor familiar, de la calidez de un hogar. La imagen de un buen baño caliente y unas sábanas limpias que se dibujaba en su mente provocaba en ella la misma sensación que experimenta un viajero del desierto al descubrir un oasis.

De pronto, Paula contuvo la respiración: el neumático delantero izquierdo había caído en un pozo lleno de agua, produciendo un alarmante sonido. Giró en vano durante algunos instantes hasta que finalmente, el automóvil siguió su marcha. Ese desafortunado incidente la hizo pensar una vez más que habría sido mucho mejor llevar a cabo su idea original de comenzar el viaje al día siguiente por la mañana. De una manera u otra, sus irrefrenables impulsos siempre la habían metido en problemas pero si a los veintisiete años de edad aún no había logrado controlarse, era muy difícil que pudiese hacerlo en lo sucesivo. La precaución, el pensar dos veces una cosa antes de hacerla, era algo muy extraño para su naturaleza.

En los siete kilómetros siguientes, Paula concentró toda su atención en la carretera, observando desalentada, que la tormenta empeoraba en lugar de mejorar. Se preguntaba cómo harían Gonzalo y Lola para soportarlo. Paula, con su típica y espontánea expresión masculina, le había dicho simplemente que el camino era "un poquito primitivo", pero no la había preparado para lo que, a los ojos de Lola, era un sendero algo mejor que un camino de tierra.

Con alivio, divisó una casa iluminada, a un lado de la carretera, adonde se llegaba por un camino largo y escabroso. Mientras esquivaba otro enorme pozo, pensó lánguidamente que al menos, si algo le ocurría con el automóvil, en aquel sitio existían ciertos indicios de que algunos seres humanos habitaban allí. Si la suerte estaba de su parte, llegaría a la casa de Gonzalo completamente ilesa y si no, una casa con teléfono sería bien recibida.

Avanzó casi un kilómetro más y se sentía más que agradecida por haber descubierto la casa, pero... de pronto, se vio obligada a clavar los frenos con tanta violencia que el pequeño vehículo resbaló lateralmente hasta que los neumáticos traseros quedaron atrapados en una zanja. Paula se estremeció al comprobar que a unos pocos metros de distancia, se encontraba un árbol caído en medio de la carretera.

Durante algunos instantes, permaneció sentada, tratando de controlar sus nervios y de recuperar su respiración normal, antes de intentar sacar su automóvil de la zanja. Poco después, se dio cuenta de que todo lo que había logrado hasta el momento era encajar aún más las ruedas en la zanja. Apagó el motor horrorizada por la tarea que la esperaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario