miércoles, 25 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 62

—Tengo que bajar —dijo Paula—, ya es la hora.

Isabella saltó de la cama y agarró a Paula de la mano.

—Yo también bajo.

El contacto de la mano cálida de Isabella entre sus dedos era la sensación más agridulce del mundo. Quería con locura a Isabella. De eso no cabía duda. Iba a resultarle terriblemente doloroso despedirse de ella. Alejando esos pensamientos, Paula sonrió a la pequeña.

—Gracias por toda tu ayuda.

Paula descendió por la escalera de caracol hasta el vestíbulo de la mano de Isabella y contaba con todo el apoyo moral de la niña para reunir el coraje suficiente. Una araña de cristal iluminaba la entrada. Pedro y Mariana estaban esperando al pie de la escalera. Pedro estaba muy guapo vestido de chaqué con pechera blanca. En cuanto a Mariana, semejaba una auténtica princesa con su vestido de noche plateado. «Es ella quien se va a quedar con el príncipe», pensó Paula y sintió una punzada de dolor en el corazón.

—Estás impresionante —dijo Pedro con naturalidad.

Paula acusó de tal forma esas palabras que estuvo a punto de perder las formas.

—Gracias… ¿Qué tal estás, Mariana?

Mariana la miraba como si no la conociera. Cuando se fijó en el colgante, se sintió como una colegiala a quién hubieran arrebatado el primer premio en el concurso de belleza.

—Supongo que Pedro eligió el vestido —dijo con toda la mala intención de la que era capaz—. Siempre ha tenido buen gusto.

—De hecho, fui yo quien escogió el modelo —replicó Paula.

—Vamos a recoger a mi madre de camino. Ella también viene. Veo que estaba equivocada cuando decía que nunca serías tan guapa como yo.

Era imposible enfadarse con Mariana, pensó Paula con tristeza. Pero la idea de tener a Pedro y Marta en el mismo coche la hizo estremecer.

—Eres muy amable —dijo Paula agradecida.

Mariana dirigió la atención a su hija.
—Dame un abrazo de buenas noches, petite. Pero no me arrugues el vestido.

Isabella acató la orden y luego miró a su padre.

—Estás genial, papá.

Pedro la tomó en sus brazos y la levantó por encima de su cabeza.

—Gracias, cariño. Marina cuidará de tí. Se quedará en el ala de invitados toda la noche.

—Me ha dicho que podía quedarme a ver la televisión hasta las nueve y media.

—Pero no te comas todas las palomitas.

«Ojalá pudiera quedarme en casa y ver la televisión» pensó Paula. Quince minutos más tarde, cuando Marta, vestida de azul claro en satén, subió a la limusina, su deseo se hizo más intenso. Marta se mostró educadamente distante con Pedro y excesivamente solícita con su hija. En cuanto a Paula, después de echar un rápido vistazo a su vestido y a las joyas, decidió ignorarla por completo.

El señor y la señora Gagnon eran una pareja entrada en años, amigable y divertida. Su único hijo, Rolando, que había volado desde Nueva York, era rubio y presumido. Besó a Mariana, a quien sin duda conocía, en la mejilla. Saludó a Pedro con un simple gesto que desconcertó a Paula y le dio un apretón de manos con entusiasmo.

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