miércoles, 25 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 64

Cualquier cosa era mejor que la sorda desesperación a la que estaba sometida. Paula empezó a bailar, pero sentía las piernas agarrotadas. Había demasiado ruido para hablar.

Durante el descanso de la orquesta, Rolando la condujo a la zona del bufé, una enorme mesa que, en otras circunstancias, habría maravillado a Paula. Estaba picando unas gambas con gabardina cuando advirtió, al otro lado de la sala, la presencia de Pedro. Paula se escondió detrás de una pareja, pero era demasiado tarde. Pedro ya la había visto. Podía salir corriendo y encerrarse en el baño. Pero una especie de tozudez orgullosa la impidió moverse del sitio. Pedro llegó a su altura. Paula advirtió que estaba colérico.

—¿Dónde demonios has estado? —espetó.

—Bailando, con Rolando.

—Ya va siendo hora de que bailes conmigo.

—Yo no lo creo, Pedro. Puede que me hayas vestido, pero no te pertenezco.

—He bailado dos veces con Mariana. He bailado con su madre, que es toda una experiencia. He bailado con la madre de Rolando y con dos de sus hermanas. Y ahora quiero bailar contigo.

—¡Y yo no quiero bailar contigo!

Pedro la agarró del brazo, hundiendo sus dedos en la piel desnuda.

—Discutiremos esto en otra ocasión —le dijo agarrándola del brazo.

—Puedo caminar sola —dijo Paula.

Pedro no pudo evitar sentir admiración por ella.

—Desde luego, tienes carácter.

Pedro se llevó la mano de Paula a la boca y la besó en cada dedo con sensualidad

Paula se quedó inmóvil en el sitio, al tiempo que la rabia y el deseo corrían por sus venas. Retiró la mano.

—Volveré enseguida, Rolando.

Cruzaron el salón, pero antes de llegar al otro lado, el batería golpeó tres veces las baquetas y empezó la música. Paula se giró y encaró a Pedro.

—¿No querías bailar? Pues bailemos.

El ritmo de la música competía con los latidos de su corazón. Paula dejó que su cuerpo se moviera con soltura y sensualidad. Dio rienda suelta al torbellino de emociones que la embargaba y bailó como nunca antes lo había hecho. Giró sobre sí misma hasta la extenuación.
Durante el tiempo que duró la canción, Pedro no la quitó los ojos de encima, como si Paula estuviera pavoneándose frente a él. La canción terminó con un punteo de guitarra. Pedro la rodeó con sus brazos y la besó en la boca con plenitud.

Paula se fundió en su abrazo, lo besó y escuchó, muy lejano, un coro de silbidos.

—Tenemos público —dijo con voz cansina.

Parecía tener toda la situación bajo control. Sin embargo. Paula estaba tan indefensa como una muñeca de trapo.

—¿Eres feliz? Ya has conseguido tu baile —dijo con la voz rota—. Ahora puedes volver junto a Mariana.

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