lunes, 23 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 57

—Por supuesto que estoy preocupada —señaló—. Isabella es tan hija mía como tuya.

Isabella estaba comiendo un bocadillo sin decir nada, Pero Paula podía ver que prestaba atención a todo lo que allí ocurría, sin perder detalle.

—Si crees que estaré fuera de lugar en esa fiesta, Mariana—dijo Paula—, siempre puedo marcharme antes que ustedes.

—Te irás cuando estemos listos para volver —anunció Pedro con mirada hostil.

Paula bajó la vista y se concentró en su croissant, relleno de cangrejo y gambas, que merecía más atención de la que le había prestado hasta entonces. Pedro sabía que no iniciaría una discusión con Isabella presente. Pero Isabella tendría que regresar al colegio. Y entonces sabría que a ella no le gustaban que le dictasen órdenes.

—Tú y yo deberíamos cenar en Chez LaBelle, Pedro. Por los viejos tiempos. Era mi restaurante favorito ¿recuerdas?

—Cerró hace seis meses —replicó impasible—. Cenaremos aquí mañana por la noche.

—Puede que no consiga una invitación para Paula—anunció Mariana  con aspereza—. Quizás sea demasiado tarde.

—Solicita la invitación en mi nombre —dijo Pedro—. Funcionará. Hace años que conozco a Pablo.

Pedro cambió de tema y empezó a hablar con Isabella de sus tareas, llevando la conversación hacia ese campo. Finalmente, terminaron de comer. Isabella y Paula subieron a la habitación a buscar el equipo de gimnasia. Después, Isabella pasó a lavarse los dientes. Paula volvió a bajar sin hacer ruido. Al llegar al rellano, Paula vio las siluetas de Pedro y Mariana recortadas contra la ventana de la entrada.

Pedro le daba la espalda. Estaban de pie, muy cerca el uno del otro. Mariana hablaba sin parar y Pedro no le quitaba ojo a su ex mujer. Entonces, Mariana lo besó mientras sus dedos acariciaban su nuca.

Paula lo había acariciado de la misma forma. Por un momento, se quedó paralizada. Un segundo después, retrocedió muerta de miedo. El corazón retumbaba en su pecho y sentía los dedos helados sobre la barandilla de la escalera. Había creído entender en qué consistían los celos el día que Marta le había enseñado el álbum de recortes fotográficos. Pero estaba muy equivocada. El dolor que experimentaba en aquellos momentos no se parecía a nada que hubiera conocido en el pasado. Era un dolor insoportable e irreparable.

Isabella apareció corriendo por el pasillo. Llevaba la bolsa de gimnasia en una mano.

—Voy a llegar tarde —dijo sin aliento—. ¿Papá está listo para llevarme?

Paula hizo un esfuerzo sublime por recobrar una apariencia serena.


—Llámalo. Necesito subir a mi habitación un segundo. Estaba comportándose como una cobarde. Pero no podía enfrentarse a Pedro después de lo que había visto. A salvo desde lo alto de la escalera, Paula escuchó a Isabella llamar a su padre. La voz de Pedro sonó un momento después.

—Me encantaría ir contigo y conocer tu colegio —ronroneó Mariana con dulzura.

—De acuerdo —aceptó Isabella sin demasiado entusiasmo.

La puerta de entrada se cerró. La casa quedó sumida en el silencio. Paula, apoyada contra la pared, abrazada a sí misma, deseaba no haber venido jamás a esa casa de piedra, cuyo propietario no tenía corazón. La noche anterior, Pedro había querido hacer el amor con ella. Ese mediodía había besado a su ex mujer.

Si hubiera sido razonable, habría hecho las maletas y se habría largado en ese mismo instante, para siempre. Pero no podía hacerle eso a Isabella. Si Pedro hubiera contado la verdad, Mariana  se habría marchado sin despedirse de su hija. Ella, Paula, no podía hacer lo mismo. Sería demasiado cruel. Estaba atrapada.

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